Hace unas cuantas semanas, estuve en el hotel de las Letras de Madrid con el escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón. Llegué con una larga lista de preguntas que deseaba hacerle sobre una novela que no supera las 150 páginas. Pese a la crudeza del tema, la recomiendo sin ningún tipo de dudas. Es una maravilla. “El 11 de marzo de 2004, mientras revisa una traducción de Los demonios de Dostoievski, el corrector Vladimir es advertido de que se ha cometido un atentado en Atocha. En las horas siguientes, mientras conoce el alcance de la masacre y se enfrenta a la realidad, descubre el verdadero valor de la vida”.
Menéndez Salmón ha trabajado como corrector y conoce la trastienda de este oficio.Por ello, escribe con una prosa limpia y nada recargada. Otro día, hablaré de sus anteriores novelas.
Mañana vuelvo al
Hotel de las Letras para estar con Bernardo Atxaga. Allí, me encuentro como en casa. Atxaga regresa de una beca de un año en la
Universidad de Reno, Nevada, con una nueva novela en la mochila. Se titula
Siete casas en Francia. Una historia de amor que constituirá, según sus palabras, un importante cambio de giro en su narrativa. Atxaga adoptará por primera vez un tono cómico y grotesco para abordar un periodo hstórico poco festivo, el de la época colonial del Congo belga bajo Leopoldo II.
Me despido con una cita : “Es un buen libro aquel que se abre con expectación y se cierra con provecho”. Bronson Alcott y un poema de Atxaga, dedicado al euskara:
“Escribo en una lengua extraña. Sus verbos,
la estructura de sus oraciones de relativo,
las palabras con que designa las cosas antiguas
-los ríos, las plantas, los pájaros-
no tienen hermanas en ningún otro lugar de la Tierra.
Casa se dice etxe; abeja erle; muerte heriotz.
El sol de los largos inviernos, eguzki o eki:
el sol de las suaves y lluviosas primaveras,
también eguzki o eki, como es natural;
Es una lengua extraña, pero no tanto”.