No hay nada peor que definir a un país o a una región por sus tópicos pero a veces, esos mismos tópicos, a los de fuera, nos gustan. Es una manera de salir de nuestra rutina y sentirnos cómodos en un lugar que apenas conocemos.
Después de un acalorado día en Palermo, regresé a mi hotel de Mondello con ganas de tirarme de cabeza a la piscina. Unos cuantos largos en ella y decidí bañarme en el mar. Un chico de “veintipocos” años, tez morena, ojos verdes y camiseta ajustada debió de temer por mis habilidades como nadadora porque vigilaba desde su puesto de bebidas cada peldaño de la escalinata que bajaba hacia el mar. El agua estaba fría y dudé unos instantes antes de tirarme.
A cierta distancia vi una barquita de pescadores desde la que dos hombres me hicieron un gesto que consideré un saludo al que yo, desde mi miopía devolví acompañado de una sonrisa. Entretenida en esquivar las olas, cada vez más grandes, no les vi acercarse. De repente, me encontré flanqueada por unos tipos amables, desdentados y preocupados – no llegué a entenderles bien con su acento cerrado – no se bien si por mi salud mental – tal vez pensaban que había decidido quitarme la vida en ese bello paraje – o por desconfiar de mis cualidades como nadadora. Tras un breve diálogo de besugos, se incorporó a esa charla Giusto, el “camarero de ojos verdes “.
Les dejé gesticulando y hablando a todos y me dí mi merecido chapuzón. Envuelta en mi toalla, regresé a mi hamaca para apurar los últimos rayos de sol y el bueno de Giusto me obsequió con un chocolate caliente sin saber bien cómo se lo agradecía.
Cuando regresé a mi habitación, después de una buena ducha caliente, me asomé a ver la luna que ya despuntaba y pude ver una boda siciliana que se celebraba en el jardín del hotel. La “mamma “emocionada, la abuela con lágrimas en los ojos, una señora con pinta de pariente lejano, atacando el aperitivo y una música siciliana que sonaba como la mejor banda sonora posible.
¡Quiero volver!