Se acercaban los 40 y a punto estaba de meterme debajo de las sábanas y no salir en unos días pero yo opino como el magnífico Joaquín Sabina: “¡Como fuera de casa, en ningún lugar!” Y pensándolo bien, cuarenta no son nada… Sabina debería hacer un tango con este otro título.
Hace no tanto, la gente podía quitarse años pero ahora con el chivato del Facebook, no hay manera. Hasta las tiendas me lo recordaban mandándome invitaciones y descuentos. Tenemos grabada nuestra fecha en tantos lugares que de poco sirve quitarse años.
Pensé en celebrarlo con las personas que me quieren y me conocen bien. Las que saben que soy despistada, soñadora, amante de la naturaleza y de los animales, las que conocen mis fallos y me los perdonan. Faltaban mis padres y mis hermanas a los que no puedo querer más y que siempre están conmigo pero no podían venir. Se que ellos disfrutaron sabiendo que estaba en buena compañía.
El destino tenía que ser cercano, con buen clima y mar. ¡Necesitaba respirar ese olor a mar! Cada vez me cuesta más vivir sin él.
El primer paso fue cumplir el requisito number one: vuelo barato. Nos montamos en un avión de Ryanair. Requisito INDISPENSABLE: 1 sólo bulto. Mi amiga G. de una gran revista femenina llegó con un bolso de marca y una maletita y tuvo que hacer más magia que Copperfield para meter todo en uno.
Al llegar, el guía del riad de Asilah nos esperaba en el aeropuerto. Pese a ser 10 mujeres juntas, tardó un poco en vernos. Andaba algo despistado. Éramos (somos) un grupo heterogéneo pero he llegado a esta “filosófica” conclusión: cuantos más años cumplimos, más tolerantes y comprensivas nos hemos vuelto las unas con las otras.
En unos 20 minutos estábamos en Asilah. Llegamos vivas porque Alah lo quiso porque una vez repartidas en dos taxis, una de mis amigas preguntó : “¿ Es de doble sentido esta carretera ?” ¡Y claro que lo era! pero ¡es más emocionante ir esquivando motocarros y autos de los sesenta!
Asilah es un pueblecito de pescadores, limpio, blanco, tranquilo, con una medina preciosa y unas vistas al Atlántico que te llevan a soñar. Volver a ver burritos y niños correteando por la calle sin ningún peligro, comer por 5 € una harira y unos tajines y saborear un buen té forma parte de los muchos encantos que tiene esta localidad.
P.D : Aman a los gatos (me hice amiga de Anita, la gatita del hotel. Tiene un ojo verde y otro azul y se deja mimar constantemente aunque ella sabe bien a quien arrimarse). Perros no se ven demasiados. El atardecer es de ensueño y la hospitalidad de la gente única.