Acabo de volver de Berlín y me ha vuelto a sorprender la naturaleza que rodea y que convive con la ciudad. No solo el famoso parque Tiergarten. Cada barrio tiene su zona verde cuidada, cada fuente o mediana, sus flores arregladas y unos tilos majestuosos dan sombra no solo en su famosa calle Unter den Linden sino en extensas alamedas. Porque Berlín es una ciudad verde y despejada con una arquitectura moderna impresionante y un ambiente en la calle único.
Hizo sol y las terrazas se llenaron, los paseos en barcos creaban incluso atascos en el río y los mercadillos vendían desde zapatos de segunda mano hasta enormes zumos recién exprimidos por 1 € porque eso sí, allí todas las raciones son enormes y es fácil sentirte como Liliput entre tanta altura. No es un mito.
Esta vez conocí el barrio de Nikolai que parece un pueblecito aparte. Cenamos allí en un bar muy alemán que se llamaba “El bar de la patata”.
De Berlín regreso siempre con la misma impresión: ¿Cómo puede ser el ser humano tan salvaje? ¿Verdaderamente hemos mejorado? Ver los restos del muro siempre impacta igual que el turístico Ckeck point Charlie. Para quien lea en inglés, recomiendo una novela muy actual y amena que cuenta cómo es la ciudad. Se titula This must be the place de Anna Winger.
Hicimos una parada en el mítico hotel Adlon, en frente de la puerta de Brandenburgo. Tiene ese toque elegante y decadente de los años 20. Un pianista tocaba Fly me to the moon. Esta canción se la dedico a mis amigas con las que he viajado y reído, con las que he disfrutado y a B.
Otra recomendación literaria: ‘Sobre la felicidad a ultranza’ de Ugo Cornia (Periférica) una novela con unos personajes divertidos y tiernos que hablan sobre los afectos y el buen amar porque no solo es cuestión de querer sino de saber querer bien.