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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Me topé con Manos de Topo

(Esto es un spin-off del anterior post sobre el In-Edit)

La situación era así: estábamos el sábado pasado después de la entrega de premios del Festival In-Edit de Barcelona en el bar donde se celebraba la despedida de la décima edición, charlando con unos y otros. Me reencontré con una de las amistades que me ha procurado esta visita como jurado al In-Edit. Y ella estaba acompañada por un chico que, antes de que hubiera tiempo para las presentaciones, me espetó “¿así que tú eres uno de los que ha dado esos premios?”, para a continuación expresar sus desacuerdos. Argumentaba sus opiniones con vehemencia, con esa confianza que da la vieja amistad, aunque no nos conocíamos de nada, y yo le contestaba con las mías. En el fragor, ibamos saltando de los documentales premiados a otros que no lo habían sido, mientras la disidencia solo iba en aumento. “No le hagas mucho caso, que le gusta incordiar”, me echó una mano nuestra común amiga, como queriendo rebajar el grado del ataque dialéctico, temiendo quizás que yo me sintiera molesto. Pero es que el tipo tenía mucha gracia. Con su barba y su pelo revuelto, defendía sus opiniones (o sea, atacaba las mías, y yo las suyas) de forma tan contundente como, en realidad, cómplice. En fin, que discutíamos con energía, pero buen rollo.

En una de sus argumentaciones, dijo como de pasada, y con inequívoca humildad: “Es que como yo tengo un grupo, me parece que está muy bien reflejado el día a día de los músicos en este documental”, o algo así. Le pregunté, claro: “¿Y qué grupo es?”, pensando en algo absolutamente amateur. “Manos de Topo”, respondió. “Hombre, pero sí es un grupo muy conocido, ¿no?”, contesté, viendo al mismo tiempo que me había metido en un callejón sin salida: sabía que era un grupo suficientemente importante de los dos o tres últimos años, los recordaba en la lista de lo mejor de 2011 de Rock De Lux, pero era incapaz de decir algo sobre ellos, sus canciones, su estilo, un vídeo, algo. Quedé fatal. Pero él, elegante, no hizo la más mínima alusión a mi imperdonable ignorancia. Seguimos hablando un poco más de los documentales, encontrando las apreciaciones que nos unían, y enseguida nos cerraron el bar y nuestra en realidad disfrutable discusión se diluyó tan rápido como se había generado, y nos perdimos de vista a la salida.

Al día siguiente me dije que debía averiguar quien era ese elemento de Manos de Topo y tratar de paliar mi desconocimiento. Busqué al azar en Google y caí en este vídeo que me dejó fascinado.

Ahí estaba mi socarrón contrincante siendo afeitado mientras cantaba de una forma como no había oído nunca. ¿Era una broma ante el terror a la cuchilla o su insólito estilo? Antes de resolver el enigma, me asombró el plano secuencia del vídeo, pasando de lo privado a lo público con participación improvisada de la gente de la calle (¡ese final con las monedas!) y lo buena que era la canción, con esa instrumentación básica a lo Modern Lovers.

Probé con otra para comprobar, ayudado por los comentarios, que efectivamente esa era la habitual (y extraña) forma de cantar de Miguel Ángel Blanca (ahora ya identificado con nombre y apellido) y que provocaba mucha adicción y algunos rechazos. Creí que no iba a ser posible empatizar con ese tono implorante y lloroso en grado extremo, pero empezó a sonar El cartero y a desfilar sus imágenes y…

…pues qué buena esta canción también. ¡Y qué letras! Hacía tiempo que no escuchaba pop en castellano con ese grado de humor surrealista, riqueza literaria, ingenio y originalidad. Y con unos arreglos instrumentales siempre inesperados, tan sencillos como certeros, muy lejos de las rutinas del pop indie español. Sublimes esos coros en el centro de la canción, y los arreglos de viento, y el xilófono. Y encima el vídeo estaba curradísimo y poseía eso tan poco frecuente, una buen idea llevada a cabo con mimo e imaginación en todos sus aspectos. Ví que estaba firmado por Kike Maíllo, el director de la película Eva, y me cuadró su altura cinematográfica e incluso el nuevo reto actoral de Miguel Ángel. Empezaba a entender el personaje: esa voz implorante, quejosa y acusadora se carga de sentido al comprobar que todas las canciones hablan de desamores y abandonos (como las de The Wedding Present) y se construyen como declaraciones desesperadas, incluso vengativas, de amores imposibles o idilios fugaces. Sorprende el dramatismo pasional de la voz en contraste con el humor, a veces descacharrante, que contienen todas las letras. Siguiendo la estela de Kike Maíllo, encontré este otro videoclip espectacular a él debido, y otra canción irresistible, Es feo.

Y otro/otra más, Tus siete diferencias

Averigüé que Manos de Topo tienen ya tres elepés (más vergüenza por mi parte por no enterarme en todo este tiempo de su existencia más allá de su nombre) y una buena legión de fans; que se prestan a la colaboración enriquecedora y son capaces de hacer con esta convicción (también aguantando un poquito la risa) una versión de Bailar pegados, de Sergio Dalma (no se pierdan el momento caricia) junto a The New Raemon.

Y aquí estoy una semana después, hecho un fan de Manos de Topo, buscando sus CDs por las tiendas (ya he conseguido el espléndido Escapar con el anticiclón, y aún me rio cada vez que leo el título del segundo disco, El primero era mejor), y deseando poderles ver en directo. A Miguel Ángel no le pienso discutir nada de nada.

Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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