No es, en principio, la manera más atractiva de disfrutar de un festival de cine, pero ‘asistir’ estos días al Atlántida Film Festival está resultando una experiencia estupenda, la verdad. Además de su sugerente y acertado nombre, el Atlántida te seduce con una oferta de 37 películas aún inéditas en España, e incluso un par de estrenos mundiales. Películas que han pasado por los últimos Cannes, Berlín, San Sebastián, Sundance, etcétera, y han tenido algún algunos parabienes. O sea, películas que estamos deseando ver, aunque no sean las más premiadas, ni las más sonadas. El Atlántida Film Festival se arregla muy bien en esos terrenos de cine independiente y alternativo, dinamitador de géneros y fronteras, con directores nuevos, pero también nombres más que golosos: lo último de Sarah Polley, Abbas Kiarostami, David McKenzie, Michael Gondry, Hans Petter Moland o Carlos Reygadas están ahí ya disponibles.
El Atlántida Film Festival se celebra en internet, o sea, en el salón de tu casa. Esa es la ventaja y la desventaja, según se mire, aunque los organizadores se lo montan para crear algún tipo de vinculación entre el público. Todo se desarrolla dentro del portal de Filmin, hay precios que van de 2,95 por la película suelta, a los 20 euros por las 37 películas del Festival. Tiene su inauguración y su clausura, y así el día 20 se podrá asistir al ‘estreno’ virtual de la nueva película de Jonás Trueba, Los ilusos. Las demás se ‘proyectan’ cuando tú quieras, durante un mes, hasta el próximo día 22. La clave está en encontrar la manera de verlas adecuadamente en el televisor, sin tener que estar constreñido al ordenador o el iPad (no quiero pensar que alguien pretenda ver las películas en el móvil.
También se preocupan en el Atlántida de ese cine español de los márgenes, que no encaja en los modos más o menos tradicionales de producción y exhibición, aunque quizás alguna de esas películas, que ya vienen despertando interés desde su confección, se acabe estrenando en salas. De momento hablamos aquí de las dos primeras que hemos visto en ese sector:
Your Lost Memories (Miguel Angel Blanca, Alejandro Marzoa, 2012)
El título corresponde con un proyecto tan original como fascinante que se montó hace un tiempo en la página web del mismo nombre. Se trata de un lugar donde se recogen películas de Super 8 encontradas en mercadillos, basuras o cualquier otro camino al olvido. Y la intención es buscar a sus dueños, y devolverles sus películas, o sus recuerdos. ¿Quiénes serán esos que bailan en una boda, quién la niña que juega en el columpio o se baña en la piscina con otros niños? Esas preguntas de inevitable cariz melancólico surgen inmediatamente cuando vemos los super 8 con su indescriptible textura.
Pero Your Lost Memories, la película dirigida por dos de los componentes de Manos de Topo (tranquilos los que se ponen nerviosos con la voz de Miguel Ángel Blanca, no hay canciones del grupo y sí una acertada banda sonora) se corresponde sólo en parte con ese proyecto. Porque este inclasificable film de poco más de una hora de duración es al mismo tiempo una carta de presentación de la web, un falso documental con poco disimulo, una narración que funciona como una ficción, y un relato de las experiencias en que ha desembocado este proyecto.
Esa mezcolanza, o indeterminación es parte del problema pero también del atractivo de una película que ya te atrapa por el uso de esas imágenes en Super 8, con todo su poder evocador y con todos sus enigmas. A partir de ellas se construye, en forma de documental de seguimiento, la historia de un chico que perdió la familia y la memoria en un accidente, y solo ve una salida a la reconstrucción de su identidad en la investigación de esas imágenes.
La película juega con la incertidumbre: ¿ese es de verdad el chico que montó la web real y lo hizo por esa razón? ¿Es un docudrama verdadero o una ingeniosa fantasía alrededor de un proyecto ya de por sí soñador? El excesivo y aparentemente innecesario movimiento de la cámara y lo forzado de algunas situaciones, rebajan el nivel de credibilidad y solidez de la propuesta, pero aún así tiene gracia y fuerza dramática esa obsesión por las imágenes que lleva a que el protagonista nos recuerde por momentos al Will More de Arrebato (Iván Zulueta, 1980), película con la que Your Lost Memories tiene una relación casi de homenaje.
Hay una vía que no se sigue, un enigma al que no se responde, aunque supongo que cualquier espectador se hará continuamente la pregunta: ¿por qué sus dueños se deshicieron de esas películas, por qué ese matrimonio mayor y sus hijos que ahora son tan felices por poder ver de nuevo su boda no la tuvieron siempre a buen recaudo? Con sus flecos, Your Lost Memories es una propuesta original y sugerente, una rara mezcla de melancolía y juego casi irónico sobre el cine como verdad y como engaño, y como memoria frágil o duradera, que merece ser vista, y provocará inevitablemente ir a la web a conocer más sobre el proyecto original y ese pozo de imágenes en busca de identidad.
Mi loco Erasmus (Carlo Padial, 2012).
Fui rápidamente a por Mi loco Erasmus porque me la había recomendado Desireé de Fez como ‘lo más’, pero aunque últimamente estoy muy de acuerdo con sus apreciaciones sobre Anna Karenina o El chico del periódico, digamos que en este caso discrepamos. O al menos en parte, que no carece de atractivos como para ver y discutir esta marcianada (con todo lo que la palabra tiene de halago) que se abre con un tipo que empieza a hacer un documental sobre Erasmus y se convierte en un no documental sobre ese tipo que no termina de hacer nada.
De nuevo el formato es inclasificable: documental o pura ficción, película que se va reinventando a sí misma y se pervierte a medida que pasa el tiempo, cine hecho desde la nada y con nada, que admite y alimenta los desvíos y derrapes como parte de la vida misma. Ese Didac Álvarez que protagoniza la película y que empieza a filmar las noches barcelonesas de los estudiantes de Erasmus entregados al hedonismo como en un Spring Breakers de garrafón, es un personaje en sí mismo, viviendo en un local-cueva a partir de lo que fue la tienda de su abuela, reconstruyendo de forma delirante el pobre material que va filmando y regrabando los diálogos con su propia voz en inglés sin saber inglés, pegando carteles por la calles como forma de ganarse la vida (real).
La deriva de la intención original hacia la extravagante personalidad del protagonista, entre el candor y el esperpento, tiene gracia durante un rato, y la incorporación de la abuela en la última parte también suma. Pero el propio valor del film acaba ahogándolo en parte: está muy bien ser capaz de hacer un documental con casi nada, pero no cualquier cosa vale. Y finalmente, las incertidumbres y desvaríos del protagonista acaban resultando repetitivas y endogámicas, por mucho que uno se entretenga en dilucidar, de nuevo, donde está la verdad, el juego o el simple testimonio de un hombre ilusionado como pocos; también desorientado. El estupor que muestra Miguel Noguera, que aparece como financiador del proyecto sobre Erasmus con mil euros, ante Didac y su disparatado mundo, es más o menos el que puede sentir el espectador, entre la fascinación, el desconcierto y el tedio a causa de un personaje tan atractivo como incontrolable.
Dos películas, con todos sus desequilibrios y carencias, que en cualquier caso merece la pena ver por lo especiales que son y porque ayudan a definir ese espacio de inquietud y descubrimiento en el que andan metidos unos cuantos francotiradores del cine español, el audiovisual de nueva generación o lo que quiera que sea todo esto, y que tiene en el desparpajo uno de sus mayores valores.