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Ricardo Aldarondo

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En recuerdo de Richie Havens y de una mañana en Rhythm Records

*El cantante y guitarrista estadounidense Richie Havens murió ayer a los 72 años

Era una mañana soleada en Londres, una mañana entre semana, que es el mejor momento para ir a Camden sin el agobio del mercadillo y las riadas de turistas. Hará unos diez años o algo más. Aún existía en la calle central de Camden aquella imprescindible tienda llamada Rhythm Records, visita obligada, deseada siempre. Una tienda (desaparecida hace tres o cuatro años, como tantas) que era como varias pequeñas juntas, pues tenía diversas estancias en sus dos pisos. Entré en la del fondo. No había nadie, era entre semana. Solo el dependiente, un chico negro que estaba a su bola delante del tocadiscos, como si en esa mañana tranquila hubiera decidido simplemente disfrutar de la música, nada de abrir cajas, apilar y ordenar discos. No sé si se estaba fumando un canuto, o ya mi imaginación está adornando la escena. Lo que es seguro es que me puse a mirar discos y pronto me llamó la atención lo que estaba sonando. Era agradable, con una preciosa voz muy grave y un sonido cálido y natural, medio folk, medio psicodélico, medio soul. Me iba gustando lo que sonaba, pero llegó una canción que me puso la piel de gallina. Su suave crescendo, la solemnidad de la voz y, sobre todo, esa melodía en el tarareo final que produce una sola vez.

Cuando acabó la canción no pude evitar ir al mostrador (la tienda seguía vacía, al menos esa habitación) y preguntarle al chico qué disco era ese que me hacía detenerme en el habitualmente frenético y ansioso repaso digital (de dedos) a las cubetas de vinilos. Me miró como diciendo, “ah muchacho, no me extraña que te haya llamado la atención”. Y lo que me dijo realmente y con rotundidad, casi con orgullo, fue: “Es Richie Havens, una maravilla de disco”, mientras me enseñaba una portada que no había visto nunca, la del doble elepé Richard P. Havens, 1983, un disco de 1969, a pesar de su título. Luego supe que no se encontraba fácilmente. Tras el “thank you” de rigor, seguí mirando discos. Y siguieron sonando canciones. Otra en esa línea grave y solemne (aunque ya veía que no todo el disco era así), y que me conmovió igualmente, y que también es adecuada para este momento de homenaje-despedida a Richie Havens, fue What More Can I Say, John?

What More Can I Say John? by Richie Havens on Grooveshark‘}” alt=”” />

Hacía muchos años que sabía quien era Richie Havens: como tantos, lo descubrí en su fascinante actuación en Woodstock, a través de la película del festival, y ese momentazo en que toca Freedom con un solo acorde pero con tanta pasión como para mantener en vilo a todo el gentío que había por allí deseoso de escuchar un sencillo y hermoso himno libertario como ese, en cuatro minutos catárticos. Y sin embargo luego no había indagado más en su obra. Hasta esa mañana en Rhythm Records, en que, teniendo en cuenta el carácter ‘espiritual’ de Havens, y por utilizar un concepto últimamente muy de moda en escritos de cine, se produjo la epifanía.

Just Above My Hobby Horse\’s Head by Richie Havens on Grooveshark‘}” alt=”” />

Sonaron también en ese rato en la tienda algunas de las versiones de los Beatles (una obsesión de Havens) que contiene el disco, tres nada menos, y todas ellas despojadas de sofisticación, trasladadas a la naturalidad y expresividad de Havens. También incluye sus personales lecturas de Priests de Leonard Cohen, I Pity the Poor Inmigrant de Bob Dylan, y Wear Your Love Like Heaven de Donovan

Lady Madonna by Richie Havens on Grooveshark‘}” alt=”” />
She\’s Leaving Home by Richie Havens on Grooveshark‘}” alt=”” />

Richie Havens tiene muchísimos discos más, por supuesto. Mixed Bag (1967), Stonehenge (1970) y Alarm Clock (1971) son algunos de los mejores. En las décadas siguientes también hizo muy buenas canciones (y versiones), pero me gusta especialmente su sonido en esos años 60-70 en que mezclaba de forma muy especial el folk, el soul y el pop, es decir, músicas negras y blancas, en la línea de lo que también haría, más en la sombra, Terry Callier, y posteriormente Ben Harper. Hay otros discos excelentes, sí, pero en estos momentos me apetecía retornar a ese redondo compendio de su talento y sus preocupaciones que es Richard P. Havens, 1983, y a esa mañana soleada en Rhythm Records.

Ah, cuando fui a pagar los discos que había cogido le dije al dependiente que también me llevaba el de Richie Havens. Lo sacó del plato, lo metió en su funda y lo incluyó en mi bolsa. “No te arrepentirás, te llevas una obra maestra, uno de mis discos favoritos”, me dijo el hombre de las escasas pero certeras palabras…

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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