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Ricardo Aldarondo

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Cannes (7): Jerry Lewis, entre el humor y la amargura

Jerry Lewis ha sido una de las estrellas de este Cannes, quizás menos glamourosa que otras, pero que algunos esperábamos con especial fervor. Sobre todo los franceses, que lo adoran, a diferencia de un público español que en las dos últimas décadas parece haber olvidado no sólo el gran cómico que fue, sino cómo contribuyó, especialmente junto al director Frank Tashlin y también en algunas de sus propias películas como realizador, a crear una lenguaje visual cómico sin igual, y a llevar el disparate a cotas únicas, en película geniales como El ceniciento (Cinderfella, Frank Tashlin, 1960), El profesor chiflado (The Nutty Professor, Jerry Lewis, 1963), Lío en los grandes almacenes (Who’s Minding the Store, Frank Tashlin, 1963), Caso clínico en la clínica (The Disorderly Orderly, Frank Tashlin, 1964) o Las joyas de la familia (The Family Jewels, Jerry Lewis, 1965). Muy por encima del estereotipo que ha quedado de él como experto en muecas y tropezones, Jerry Lewis es un cineasta con personalidad única que habría que reivindicar en toda su dimensión. 

A Cannes llegó para presentar la primera película que hace en dieciocho años, Max Rose, segundo film del director Daniel Noah. Y no se trata de una colaboración anecdótica, sino de un papel protagonista en toda regla. Y nada humorístico. Jerry Lewis interpreta a un pianista retirado de 87 años que pierde a su mujer. Y al rebuscar entre los recuerdos de ella encuentra un medallón con una inscripción en la que un hombre le declaraba su amor en la misma fecha de 1959 en la que Max realizaba una de sus sesiones de grabación. Amargado por lo que considera una prueba de que su matrimonio fue una farsa, trata de encontrar más, sobre todo el rostro del amante entre los cientos de dibujos que hizo su mujer casi a diario. Su obcecación, que los hijos consideran indicadora de una demencia senil, le lleva a una residencia de ancianos en la que, a pesar de su desesperación, se desarrollan un par de bonitas secuencias con otros ex músicos, con los que charla, bromea y escucha jazz en un viejo tocadiscos. Ese es el tono del film, de nostalgia y amargura por el fin de una vida, en el que Max tratará de cerrar sus heridas. También tiene un pequeño papel el gran Dean Stockwell, sorprendentemente avejentado. Un filme bonito, agradable, esquemático, con una dirección puramente funcional y con un Jerry Lewis que se ve que va un poco a su aire y solo sonríe ligeramente cuando entona, evocado un pasado más hermoso, unas notas de Nobody But You. Y un film que huele a despedida por todas partes, cosa que refuerzan los títulos de crédito finales, con imágenes de archivo de Jerry Lewis actuando en escenarios y estudios de grabación, remitiendo al personaje pero también al actor y su legado. La dulce tristeza del tiempo pasado.

No pude asistir a la rueda de prensa de Jerry Lewis, aunque Gregorio Belinchón contó detalladamente en El País las disparatadas y a menudo desconcertantes respuestas que dio. Pero sí pude observarle en la única proyección de Max Rose que hubo (el pase de prensa se suspendió misteriosamente), con presencia del actor y el equipo del filme, justo una fila detrás de mí. Además de llegar con retraso, Jerry Lewis justo se unió un momento a los miembros del equipo que ya estaban en el escenario para que les hicieran fotos juntos, pero enseguida pidió literalmente a gritos que le dejaran sentarse. Y se hundió en su butaca, como si quisiera que dejaran de mirarle. No se sabía si estaba haciendo una de sus bromas o llevaba un cabreo considerable. Al entrar por el pasillo me pareció oirle quejarse de que llevaba cuatro horas dando vueltas, de hecho acababa de asistir a la ‘subida de escaleras’ de la película Nebraska de Alexander Payne. Después de que el director Daniel Noah presentara la película, el boss de Cannes Thierry Fremaux preguntó a Jerry Lewis si quería decir algo, a lo que el actor respondió con otro grito: “NOOOO!”, y siguió refunfuñando, en ese punto indeterminado entre la gracia del niño travieso y la cara de pocos amigos. Tras la proyección se levantó y saludó al público y aplaudió al director. Y buscó rápidamente la salida de una sala en la que también estuvieron presentes el mítico músico Michel Legrand, que ha realizado la nostálgica banda sonora a base de piano, y la directora Agnés Varda, entre otros. Genio, en todos los sentidos, y figura, esfumándose discretamente por la puerta de salida.

 

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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