Mientras la preciosa Los increíbles de David Valero ganaba el premio al Mejor Largo en el Festival de Alicante la semana pasada, se estrenaba en la mayor discreción en un cine de Madrid Enxaneta, una película que nada tiene que ver con Los increíbles, de no ser que ambas se encuadran en ese cine minúsculo y en los márgenes que parece ser donde se va destinando cada vez más el cine español y el talento que en él sigue emergiendo, de un modo y otro. Pero también tienen en común a uno de sus productores, Juanjo Giménez, de quien supe hace muchos años como director de una película que mereció mejor suerte, Nos hacemos falta, y contaba con el hito de incluir una versión exclusiva de Refugees grabada por Peter Hammill para la película. Que, por cierto, ya se podía reeditar en DVD o aparecer por Filmin, para revisarla y, quizás darle nueva visibilidad.
Enxaneta es el primer largometraje de ficción de Alfonso Amador, que tuvo uno de sus tres cortometrajes, 9,8 m/s2, en el Festival de Cannes en 1998. Y Enxaneta puede hacer las delicias de los amantes de un cine minimalista y riguroso, delicado con la forma tanto o más que con el argumento. Puede despistar ese título, que hace referencia al reto de construcción y equilibrio de los castellets catalanes. Una metáfora válida en sí, pero que nada tiene que ver en estética y ámbito con lo que viene después.
Enxaneta habla de la dificultad de mantener el fulgor de la pareja, el verdadero encuentro permanente. Lo hace con una historia demasiado mínima quizás, pero amplia y abierta en sugerencias y evocaciones, a través de su construcción y a través de sus cuidadísimas imágenes. Tiene una estructura muy peculiar, que se puede intentar definir como “circular” o “en bucle”, pero al pensar en ella me viene a la mente la figura esa del ying y el yang, dos piezas semicirculares que encajan con sus formas sinuosas. No sé, algo así sería esa estructura, lo que resultaría curioso, porque Enxaneta habla de una pareja que no logra encontrar esa armonía y encaje: mientras uno va otro viene, lo que parece que son puntos en común se convierten en puntos de fricción, en eso de “coger el tren” parece que siempre para un poco más adelante o atrás de lo debido.
Pero Enxaneta no va de discusiones de pareja, todo lo contrario, no tiene nada que ver, precisamente por la forma en que está contada. Pocos diálogos, planos largos y observacionales, detalles que encajan con una pieza anterior, en unos escenarios de enorme fuerza, más que por su peculiaridad o rareza, por la forma en que están filmados: esos apartamentos en zona de veraneo, pero en urbanizaciones cerradas, fuera de temporada, con las persionas bajadas. O ese plano muy general y desde lo alto, con una carretera y un coche y una playa, con movimiento minúsculo pero muy sugestivo. Las esperas y los tiempos muertos forman parte viva del relato, y también los enigmas que se quedan por el camino. Un poco por todo eso se ha comparado Enxaneta con Antonioni. Quizás, pero ahí hay un director con mirada propia y a tener en cuenta, sin duda, Alfonso Amador. También la actriz, Silvia Mir, que construye su personaje muchas veces con su manera de estar presente, con su mirada.
Enxaneta,se estrenaba el viernes pasado en los cines Victoria de Madrid, solo por una semana que hoy termina, como recompensa de uno de los festivales por los que se ha movido (y ganado), el Premio de la Crítica en el 21 Festival de Cine de Madrid (Plataforma de Nuevos Realizadores), que se suma al Premio del Jurado en 12 Visual-Cine Novísimo y el Premio del Jurado del 2º Festival de Cine Online (Filmotech). Pero más que en el tradicional estreno en cines, aunque siempre hace ilusión, Enxaneta parece destinada a moverse en festivales y en plataformas online, donde pronto estará disponible. Se merece unas atenciones.