Vimos por primera vez a William Tyler en el teatro Principal de San Sebastián, en 2002. Lambchop presentaba su álbum Is A Woman en aquel sublime y extremadamente calmado concierto, y entre los numerosos músicos de aquella formación estaba un chavalín que aparentaba aún menos de los 22 años que tenía entonces, y aportaba sonidos preciosos con una guitarra que parecía tan tímida como él. Siguió bastantes años más en Lambchop, ahí estaba también en el concierto (mucho más eléctrico y fuerte) del Primavera Sound 2006 en el Auditori, y luego le vimos atendiendo los conciertos de otros artistas en otros escenarios.
Al final de la pasada década se estableció como artista en solitario, armado únicamente con sus guitarras y múltiples efectos de ecos y reverberación. Y me sorprendió muy gratamente su primer disco, Behold the Spirit (2012), con sus minisinfonías de guitarra, entre reminiscencias clásicas, imágenes desérticas y referencias indeterminadas a América como paisaje sonoro.
Hoy viernes William Tyler será uno de los artistas más especiales en la programación del Kutxa Kultur Festibala de Igeldo. Tocará en un sitio también muy especial y recoleto, el Teatro Escondido. Y bien que le va el lugar, porque en su música, y también en su imaginería de vídeos y fotos, hay algo de espacios abiertos y carreteras interminables, pero también de lugares íntimos y olvidados, algo decadentes. Y actuará en dos pases, como antaño, a las 19.15 y a las 21.oo horas.
Tiene William Tyler ya en la calle (si es válida aún esta expresión) su segundo álbum, Impossible Truth. Ocho nuevas piezas instrumentales, de duración más bien generosa, en las que su pericia guitarrística se derrama en composiciones melódicamente sencillas pero de estructuras complejas, con guitarras acústicas superpuestas, slides, banjos y un sonido recargado de ecos. En el tema más bonito del álbum, el que lo cierra, The World Set Free, introduce contrabajo y leves arreglos de viento.
Un poco como ocurría con Maurice Deebank, el guitarrista de la primera época de Felt, Tyler ha conseguido un sonido propio sin necesidad de voz, en un punto indeterminado entre la música clásica y la popular, y da a la música instrumental un carácter insólito en los territorios del indie. A veces suena como un virtuoso apasionado por su instrumento, flotando en medio de un huracán de arpegios. Cuida los vídeos de su nuevo disco y ejerce de actor en lo que es más un cortometraje que un videoclip al uso, el de A Portrait of Sarah. Música para dejarse llevar.