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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Bobby Bare, Jr: el perdedor con sonrisa de ganador

Algunos ya le conocieron en su anterior visita a San Sebastián en 2009 ante un puñado de personas (aunque últimamente la profusión de los ‘yo también estuve allí’ implicaría que hubo llenazo), en Gazteszena. Otros no sabíamos de su existencia hasta que el año pasado vimos el documental Don’t Follow Me (y lo premiamos con una mención en el In-edit) que en primera instancia tenía el mismo valor de Searching For Sugar Man de dedicar todo un largometraje a un músico desconocido, o no al menos suficientemente popular ni legendario como para atraer por sí mismo a más de un manojo de espectadores. Pero no era lo sustancial el nombre, sino la historia, y la representatividad del bueno de Bobby Bare Jr. como ejemplo del músico independiente que parece alérgico al éxito aunque lo busque, con capacidades para hacer buenas canciones, carisma y pasión para interpretarles, siempre empujado por vaivenes vitales ajenos y propios: por lo que se ve es un tipo bonachón y retorcido al mismo tiempo, brillante y desastroso, impulsivo y dejado, una tormenta permanente. Un hombre que se negó a seguir los pasos de su padre, famoso cantante de country en Estados Unidos y se empeñó en viajar contra el viento. Alguien capaz de titular un disco OK, I’m Sorry y otro A Storm, A Tree, My Mother’s Head.

Y volvió Bobby Bare Jr. a San Sebastián al Kutxa Kultur de Igeldo, al escenario pequeño por supuesto (el de segundón es su papel ideal). Ahora con más público, en formato de trío, con un teclista que como Ray Manzarek hacía los bajos con la izquierda y lo demás con la derecha además de bailar, saltar, poner caras de loco, tocar agachado debajo del teclado y sonreir cual bufón sin dejar en ningún momento de mostrar su virtuosismo instrumental.

Estaban sumidos en la oscuridad, por alguna incomprensible razón sólo había dos focos en el escenario y uno de ellos a la espalda de Bobby y dirigido hacia el público, con lo cual no se le veía nada; extraña costumbre cada vez más frecuente en los festivales, iluminar de espaldas a los artistas, incluidos los grandes escenarios megatecnológicos.

Pero la fuerza arrolladora de Bobby Bare Jr. saltaba por los altavoces, con esa música indefinida que es uno de sus atractivos y uno de sus handicaps: es díficil clasificar ese rock-pop-blues-folks-boogie woogie y hasta hard rock, gospel y progresivo, tan indie como clásico, tan 90s como 70s, que practica, casi siempre en composiciones atractivas que el trío lanzó con un entusiasmo y una potencia muy superior a la suma de sus (escuetas) partes instrumentales. Un sonido poderoso alimentado por el buen rollo, trufado de chaladura hasta cierto punto, de Bobby y amigos. Dijo que iban a conseguir por todos los medios que fuéramos felices y, si no entendimos mal, explicó que habían venido solo para este concierto desde Nashville y que al día siguiente se iban directos a Alaska. Así es el carácter de músico errante, en el sentido físico y figurado, de un hombre que, aunque el espectador no conozca su repertorio ni su pasado, se siente pronto magnetizado con el sonido electrizante y el estilo desaliñado pero veraz de Bobby.

En el final me sorprendió muy favorablemente con una de mis (¿30?) más más favoritas de Neil Young, Words, revelando claramente uno de los referentes de su música. Estas son las dos últimas canciones que interpretó en el concierto (Borrow Your Cape, la segunda). No se ve casi nada por la ausencia de focos y el sonido no hace en absoluto justicia a la brillantez que se podía escuchar entre el público, pero queden como documento estos diez últimos minutos del concierto.


Un espacio en 3D: cine, música, libros y más

Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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