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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

El río que lleva a Bill Callahan cala hondo

No solo en el título: la palabra river es recurrente en las letras de este Dream River, y también del anterior disco de Bill Callahan, Apocalypse. Otra que frecuenta es ride: cabalgar, en un país de silencio, como decía en el álbum previo, o sobre una flecha, como ahora en Ride My Arrow. El lenguaje de Bill Callahan se va haciendo cada vez más asombrosamente sintético y esencial: las palabras justas, la instrumentación más austera y necesaria, las melodías construidas con los mínimos elementos, con una voz grave que en un par de sílabas te deja contra las cuerdas, emocionalmente hablando.

Con Dream River , el bardo elegante y grave que con su traje y su guitarra sobrevuela la América de los lugares perdidos, los grandes paisajes y los sentimientos íntimos entrega solo ocho canciones, pero más que suficientes para completar otro disco importante, que cala hondo instantáneamente, pero tiene mucho recorrido en la belleza austera de cada uno de sus recovecos. Como los tres anteriores discos a su nombre (aparte del álbum live Rough Travel For a Rare Thing), Dream River condensa todo lo que fue probando y logrando con el sobrenombre de Smog (hay otro buen puñado de grandes obras a degustar en su discografía). Aunque siga en ese nicho sin forma pero con sus límites que es el indie, tendremos que ir colocando a Bill Callahan de una vez por todas entre la primera división de songwriters de todos los tiempos:  Leonard Cohen, Nick Cave, Roy Harper, Peter Hammill, etcétera. Aunque siga siendo minoritario.

No sé muy bien de qué hablan las letras, aunque hablen con palabras sencillas: Bill Callahan se vuelca cada vez más en una especie de jirones de imágenes evocadoras de lo impreciso. En Small Plane, una de las canciones más bonitas junto a Ride My Arrow (con su deje soul muy sutil), The Sing (aunque es en esta en la que cita a Marvin Gaye) y Seagull, sí hila algo más parecido a una historia (“Me gusta cuando tomo los controles tuyos / y tú cuando tú tomas mis controles / Realmente soy un hombre afortunado / Pilotando este pequeño avión”). Pero a veces basta con la sonoridad que da a una palabra, incluso la forma en que la acentúa o le cambia el acento: véase cómo dice barroom al comienzo de Seagull, una canción que, sorprendentemente, al cabo de un minuto se convierte en otra. Así escrito parecerá una tontería, pero es que una palabra en boca de Callahan cobra otra dimensión. Aunque no conozcas su significado. En serio. Lo mismo pasa cuando dice “as a map” en Ride My Arrow. O cuando mide el silencio que viene a continuación.


Ha vuelto a hacer uno de los mejores discos del año, pero no es fácil explicar por qué. Vuelve a ofrecer lo mismo que en los últimos discos, aunque hay matices en la instrumentación que aportan nuevo color: detalles de flauta, un instrumento bastante presente, completando las filigranas atmosféricas que emergen de la guitarra de Matt Kinsey y crean ese ambiente siempre imaginativo alrededor de la voz de Callahan y su guitarra básica. También hay órgano, piano eléctrico o violín, con intervenciones que siempre dan la sensación de crear un gran espacio con la mayor sencillez. No hay batería, solo percusión. Todo muy limpio y cálido. Lo mismo de siempre, quizás, pero es que Callahan es como esos artistas que poco a poco van depurando su obra siempre en una misma dirección, con una constancia y seguridad admirables, y siempre parecen dar en la diana, y abrir nuevas puertas.

Simultáneamente con la publicación de Dream River, más o menos, se vio en el In-Edit de Barcelona el documental Apocalypse: A Bill Callahan Tour Film. Su director Hanley Banks hace lo mejor que puede hacer un director de un documental musical: se contagia con todo respeto del espíritu del músico analizado. Y así la película es igualmente esencial y austera, minimalista en las formas y muy cálida en los contenidos. Puro catecismo Callahan. Dura poco más de una hora (ese es su único fallo: ¡te deja con las ganas de más canciones!). Se trata simplemente de acompañar al músico en su devenir por las carreteras en un tour por esa América retratada, aunque sea de forma elíptica, en sus canciones. Pero sin recurrir al anecdotario tópico (cómo elige los trajes cada noche o el intento de salvación de un animalillo atrapado en una valla son cosas importantes para definir al personaje), ni al colegueo entre músicos, ni nada de eso. Algunas declaraciones de Callahan, siempre interesantes e inusuales, imágenes paisajísticas y siete u ocho canciones en directo, filmadas con todo respeto y contención. Preciso y precioso.

Bill Callahan, que con su anterior disco dio un conciertazo en el Principal, vuelve el próximo febrero a San Sebastián. Será el 25 de febrero en el Kursaal (Sala de Cámara). Todo un lujo.

 

 

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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