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Ricardo Aldarondo

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Desde Cannes (2): Un poco de más

En solo 24 horas hemos visto en Cannes tres películas en competición que rondan o superan las dos horas y media de metraje. El tiempo es relativo, y más en el cine, pues esa es su materia básica. Hay cortometrajes que se hacen largos al verlos, y en cambio las cinco horas y media de Carlos resultaban precipitadas. El cine sin gasto de película física promueve el metraje de balde. El problema, más que la duración, es que lo que se expresa en pantalla empiece a dar vueltas sobre sí mismo y surja en el espectador la temible pregunta mental, ‘¿cuando va a acabar esto.”.

Y así le sucede a uno con la muy alabada por la mayoría Toni Erdmann, que ya plantea suficientemente durante, pongamos, hora y media, su peculiar relación entre una hija ejecutiva y un padre bromista y alocado, entre un mundo frío y mecanizado y otro libre e impulsivo. Este filme alemán firmado por la directora y productora Maren Ade tiene momentos realmente divertidos, y una de sus secuencias más singulares está en la parte final (no así la más obvia del karaoke, que arrancó una ovación). Pero para entonces las reiteraciones han hecho mella en el personaje del padre, cuyas gracias acaban resultando cargantes. Aun así, muchos ya la quieren de Palma de Oro.

Algo parecido le ocurre a la película británica-estadounidense American Honey, road-movie con un extravagante grupo de jóvenes que recorren carreteras y estados vendiendo suscripciones a revistas, timando cuando puede, y en permanente fiesta. La directora Andrea Arnold tiene pericia para captar con una cámara en permanente movimiento la vitalidad juvenil, el descaro despreocupado y cierto impulso soñador alimentado por canciones que van del hip-hop al ‘Dream Baby Dream’ de Bruce Springsteen cantadas en comunidad en la furgoneta. Pero las etapas se van sumando sin que crezca una experiencia demasiado lineal y que se visualiza con mucha impostura ‘indie’ en detrimento del pretendido realismo.

En cambio el exceso de metraje de Mademoiselle de Park Chan-Wook viene de las revueltas de guion y los tres puntos de vista sobre un culebrón con maneras de thriller esteticista trufado de erotismo que resulta visualmente portentosa pero al servicio de una historia desmesurada que acumula un final tras otro. Demasiado hueco entre sus envoltorios.

La exageración, rayana en el disparate, está en la misma base de Ma Loute así que no molesta que se repita la fórmula a lo largo de su más ajustado metraje. Bruno Dumont continúa con el inesperado giro que dio en su miniserie ‘Le Petit Quinquin’, y sitúa en unos parajes costeros maravillosos, y a comienzos del siglo XX, su extravagante mezcla de una familia burguesa de veraneo, una pareja de policías más delirantes que los Hernández y Fernández de Tintín y…unos caníbales. Así, Dumont combina la comedia heredada de El Gordo y el Flaco y Benny Hill con su interés por la perversion del ser humano. Y la cosa, inesperadamente, funciona.

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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