¡Ya es oficial! Concha Montaner, saltadora de longitud, es la nueva medallista de bronce del Campeonato del Mundo Indoor del año 2006. ¡Sí, de hace siete años! ¿Cómo puede ser? La respuesta es sencilla: dopaje, dopaje y dopaje. ¡La verdadera lacra del deporte! Aunque la noticia se intuía desde hace varios meses, la IAAF ha esperado hasta ahora para oficializar la medalla de bronce de la atleta española tras el positivo por dopaje en 2005 de la rusa Kotova, ‘vencedora’ en aquella ocasión.
Ahora, después de dar los datos, después de ver que en este caso se ha hecho justicia (más vale tarde que nunca), es el turno de la reflexión. El que se dopa no solo juega con su salud, también lo hace con los sentimientos de los demás. Son ilusiones rotas. Sin olvidar que está cometiendo un fraude y que se está lucrando a base de ‘pastillas’. El que gana (aunque lo haga dopado) se lleva toda la gloria. Recoge la medalla de manos de una personalidad (quizás el ídolo deportivo de la infancia del que queda cuarto… o el suyo propio), ve como un gran estadio aplaude su gesta, recibe becas, logra sponsors, va a programas de televisión, aparece en periódicos… Pero ¿y si es mentira? ¿Qué pasa si ese que presume de ser el mejor no es más que un simple deportista dopado? El que quedó cuarto, el que se llevó la medalla de chocolate, no tuvo la oportunidad de subir al podio; nadie le reconoció su esfuerzo durante interminables sesiones de entrenamiento… Ese (y el que queda segundo y años después recibe la noticia de que el primero no jugó limpio) se queda sin becas, sin los aplausos de un estadio a rebosar, se queda sin patrocinadores… Más tarde, se sabe que aquel que se llevó la medalla de chocolate se merecía la de bronce. El que iba de ‘chocolate’ hasta arriba era otro…
En el podio de las grandes competiciones, muchos deportistas lloran de alegría. Otros, la cara B del deporte, lloran de rabia, de impotencia… lloran por haber quedado cuartos y haber perdido la oportunidad de su vida para alcanzar su sueño. Llantos de desesperación. En el caso de Concha, el mazazo fue doble aquel 12 de marzo del 2006. Fue cuarta con un salto de 6,76 metros. La portuguesa Naide Gomes saltó lo mismo, pero fue ella la que se llevó el bronce por tener un segundo mejor salto que la española. Ahora le llega la medalla. Como dice ella en su cuenta de Twitter, “juego limpio”, otros no lo hicieron. Muchas veces, después de años en los que los pensamientos invaden tu mente, te susurran “por qué no saltaste más, el podio estaba a tu alcance”, llega una llamada telefónica. Te comunican que tu sueño se ha hecho realidad, aunque no es como lo imaginabas. Sin embargo, tu cara cambia. La medalla estaba sucia, manoseada, pero ahora pasa a una mejor vida. Su nuevo dueño sabrá valorarla, porque la ganó con sangre, sudor y lágrimas.
Aunque en alguna ocasión se vuelva a celebrar la ceremonia en la que se entregan las medallas a los deportistas (esta vez sí con los verdaderos medallistas), no es lo mismo. La gloria se la llevó otro, quizás años atrás. Dicen que la mentira tiene las patas cortas, aunque no lo suficientemente cortas como para evitar que los deportistas suban a los escalones del podio. ¿Y qué pasa con el que se quedó fuera de una final olímpica porque uno de los que logró clasificarse iba hasta arriba? Sufrirá. Lo pasará mal el día en el que se ve fuera de la final por centésimas, aunque sufrirá más cuando se entere de que el que le arrebató en el último instante el pase, iba dopado…
El de Concha Montaner, desgraciadamente, no es el único caso en el que un deportista no pudo disfrutar del premio a todo el trabajo realizado. A Manolo Martínez, otro de los grandes del atletismo español, no le dejaron subirse al podio en los Juegos Olímpicos de Atenas por culpa de otro graciosillo que decidió jugar con sus propias reglas. Un ‘deportista’ que se llevó el oro, se hizo de oro y se llevó toda la gloria de aquel día. Manolo, cuarto aquel día, ahora es tercero, aunque la medalla llegó tras su retirada. Y la lista es amplia, muy amplia. Y siguen saliendo nombres…
Carl Lewis, por ejemplo, tuvo que ver como un tramposo como Ben Johnson cruzaba la meta del Estadio Olímpico de Seúl (1988) por delante suyo y con una actitud un tanto chulesca, aunque su ‘gloria’ duro apenas unos días. Lo que poca gente sabe es que Ben Johnson, aquel día, con su dedo señalando al cielo, lo que ‘quería decir’ es: sí, yo soy el que se dopa, el que engaña.
Me duele ser tan explicito, pero es así. A veces, quien juega limpio, se come toda la mierda. Mientras tanto, el que miente, el que juega con los sentimientos de los demás, ese que tiene establecidas sus propias reglas y no siente ningún tipo de remordimiento, se lleva los aplausos. ¡Hasta que le pillan!