8 de marzo. Día Internacional de la Mujer
Tengo dos ojos, una nariz y una boca, dos manos y dos pies. Tengo cerebro y un corazón que bombea 5 litros de sangre por minuto. Necesito dormir y comer para poder vivir. Necesito contacto humano. Hasta aquí soy completamente igual que un hombre, pero hay un momento en el que algo cambia.
Ambos tenemos inquietudes, esperanzas, deseos, derechos y deberes, pero, ¿en qué momento la historia se tuerce y nos hace inferiores por razón de sexo? No hay contestación a esta pregunta, pero hay que buscar la respuesta a la siguiente cuestión: ¿en qué momento la historia se endereza y hombres y mujeres luchan juntos por objetivos comunes, en igualdad de condiciones?
Este punto en el tiempo cada vez está más cercano, pero es algo por lo que hay que seguir luchando, día a día, incidiendo en la sociedad desde sus raíces hasta la rama más alta, para que las primeras palabras de una niña sean valoradas del mismo modo que las de un niño, para que una mujer tenga las mismas posibilidades que un hombre.
Una de las herramientas más poderosas para llevar a cabo un desarrollo adecuado de la sociedad es la educación, pero primero hay que lograr la equidad en el acceso a la misma.
‘El año próximo podré leer las noticias en los periódicos y los carteles con los precios de los productos en las tienda’”. Así relata su experiencia Farida Dastgeer, alumna de 65 años de uno de los 3.500 centros de alfabetización de Afganistan.
Esta alumna forma parte de un grupo de 20 mujeres y niñas que, seis veces por semana, reciben clases de alfabetización. ‘Cuando era joven, mi padre no me dejó ir a la escuela. Ahora que soy vieja y mi familia acepta mi voluntad de aprender, tengo la cabeza cansada’, explica Dastgeer.
Estos centros, con los que UNICEF colabora de forma activa, son fundamentales para el desarrollo de Afganistan, teniendo en cuenta que cinco de cada seis mujeres afganas son analfabetas. Y este país no es un caso aislado, la discriminación hacia las niñas es evidente en muchas partes del mundo.
Mismos derechos, mismas oportunidades. Progreso para todos y todas
Así reza el lema del Día Internacional de la Mujer, en el que anualmente se conmemora la lucha hacia una equidad de género en todos los ámbitos de la vida. Uno de ellos es el de la educación, base para la autonomía personal y social de la mujer.
Aunque ha habido grandes avances en los últimos años aún quedan muchas brechas abiertas, no en vano las dos terceras partes de la población mundial analfabeta son mujeres.
Hay que tener en cuenta que las mujeres son las encargadas del cuidado de sus hijos e hijas y una presencia plena de las madres en la toma de decisiones familiares favorecería a la defensa de los derechos de la infancia, creando un entorno protector más adecuado para el nacimiento de generaciones futuras y mejorando sus condiciones de vida.
Las madres que cuentan con una educación no sólo pueden atender mejor a sus hijos, sino que son el canalizadores de derechos. La educación femenina es una de las claves para la reducción de tasas de problemas derivados de salud materno-infantil, evitar la deserción escolar temprana, embarazos adolescentes, contribuyendo notablemente a alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Además están más capacitadas para el mundo laboral, facilitando también su participación en el progreso comunitario.
La representación femenina en los parlamentos nacionales únicamente el 16% del total de los escaños en todo el mundo. Y es este un campo en el que queda mucho por hacer aún, pero se van viendo los progresos. Es el caso de Ellen Johnson-Sirleaf, Presidenta de Liberia, la primera mujer en ostentar este cargo en la historia del continente africano.
Tras graduarse en la Universidad de Colorado y lograr su maestría en Harvard, regresó a Liberia donde ejerció como Ministra de Fianzas. Un cambio de gobierno provocado por un golpe de estado, le obligó a exiliarse y pasó a ocupar diferentes cargos en el Banco Mundial y en Naciones Unidas. Ahora es presidenta de Liberia y un caso aislado entre los millones de mujeres que habitan el continente africano.
Ellen Johnson-Sirleaf es sólo una mujer más que demostró que con sus habilidades y su fuerza podía llegar al mismo sitio donde puede llegar un hombre. Y este no es un caso aislado.