UNICEF visita durante la tormenta Ágatha el albergue de Las Brisas, que acoge a 120 niños y sus familias evacuados de las zonas de riesgo de Tegucigalpa. Raquel, un bebé de dos días, y su madre descansan como pueden.
Por Ianire Molero, cooperante vasca en Honduras
Una sábana roída sobre una cama hace de cuna de un bebé que duerme. Raquel tiene dos días y descansa serena envuelta en mantas de lana, a pesar del calor. “Ya sabe, salen de la panza de la mamá calientes y siempre hay que taparles, aunque no haga frío”, explica su madre, Dulce, desde una silla contigua.
Estamos en la escuela Toribio Bustillo de Tegucigalpa, un centro escolar del barrio de Las Brisas que ha sido habilitado como albergue durante la primera tormenta tropical Ágatha, que ya ha dejado 18 muertos en Honduras. Distribuidas por aulas, 50 familias vecinas de Las Brisas –unas 170 personas, entre ellas 120 niñas y niños- tratan de hacerse un hueco entre la incomodidad de un espacio que no es el suyo.
“Por supuesto que no es lo mismo estar en casa que aquí. Di a luz el domingo. El lunes, después de tener al bebé, vine directamente con mi hermana y los niños porque aún no es seguro regresar a casa. Trato de reposar, pero en estas condiciones de estrés… es imposible”, explica Dulce, señalando un colchón esparcido en el suelo donde, dice, descansa del post parto. La pequeña Raquel es la cuarta de hijos y, a juzgar por sus diminutos ojos cerrados, no parece alterarse por el ambiente del albergue ni por las conversaciones a su alrededor. “Y eso que no pude bañarla, sólo pasarle una toalla, así son las circunstancias”, apunta Dulce.
Evacuados
La niña y su madre son dos de los más de 4000 hondureños que han sido evacuados de sus domicilios por la policía o los bomberos de Honduras a centros comunales o escuelas públicas para protegerse de unas lluvias que han podido devorar sus casas. Esta tarde, todos en el albergue esperan la respuesta del Comité Permanente de Contingencias (COPECO) que, justo en el momento de la visita de UNICEF, analiza la situación de cada casa y la posibilidad o no de que cada familia regrese. “Van una por una examinando. Los que no sufrieron daños, seguramente, pronto volverán. Sin embargo, hay siete casas destruidas y están viendo cómo recolocar a la gente”, expone la coordinadora voluntaria del albergue.
Varios se unen a la conversación cuando ven a la organizadora dando información. Una mujer llorosa, entre el grupo, se anima a hablar. Señala el moratón que hace de rastro de la mordida de un perro en su muslo: “Me tiene que ver un médico. Me pasó cuando buscaba comida para los niños. Y mi casa ha quedado en ruinas, no puedo volver”, comenta. Su casa es una de las siete que COPECO –aliado de UNICEF en Honduras- considera inhabitables por su estado después de las lluvias.
Aunque en Tegucigalpa hay varias zonas declaradas “de alto riesgo” por el gobierno, la hilera de casas de madera con techos de uralita ancladas en la ladera del río Choluteca siguen estableciendo el paisaje capitalino. Cuando la lluvia cae con fuerza, quienes están en su interior corren el peligro de ser engullidos por el desbordamiento del río. Por eso, cuando el Gobierno declara Emergencia Nacional por las lluvias, como ahora, son los primeros en ser evacuados.
Invasiones
“Ya sabemos que es peligroso. Construimos allí porque no tenemos dinero para un alquiler. Con mi trabajo como comerciante gano 150 lempiras al día –nueve dólares- y con ello viven los cinco de mi familia”, arguye José, moderando los movimientos de su hijo en sus hombros. Para ilustrarlo, él y varios compañeros del albergue se ofrecen a hacernos un recorrido por la hilera de casas que conforman su pequeño barrio en primera línea del río Choluteca. Son los habitantes de lo que el resto de capitalinos denomina “invasiones”.
“Ve dónde está la marca en la pared, hasta allí llegó el agua”, nos explican en la “invasión”. El conjunto de viviendas están asentadas a pocos metros de la orilla, entre el río y un gran muro de contención construido después del Huracán Mitch para frenar futuros desbordamientos. Del otro lado del paredón comienza un nuevo vecindario con casas de material consistente. Los niños, las madres y los padres que nos acompañan caminan con decisión sobre la estrecha superficie en lo alto del muro: “Ya estamos acostumbrados, aún nadie se ha caído. Por aquí pasamos todos los días para entrar a las casas”.
Mientras tanto, en el albergue de Las Brisas, a escasos metros, las niñas y niños ordenan las sillas en fila y acicalan el suelo. “Esta tarde llega el presidente a ver nuestra situación”, interviene una maestra que hace de voluntaria en la organización del refugio.
Hasta el momento, COPECO estima que hay más de 13.000 afectados en Honduras por las tormentas, más de 4.000 albergados –unos 600 damnificados- casi 1.500 viviendas dañadas y casi 13.000 evacuados. Además, la tormenta Ágatha ha dañado cuatro centros de salud, 13 líneas de agua potable, casi 900 alcantarillados, 12 fuentes de energía eléctrica, más de 5.000 manzanas de cultivo y más de 200 cabezas de ganado. UNICEF ha contribuido en la emergencia con kits de higiene y cocina, sobre todo en el sur de Honduras, donde Ágatha ha causado más estragos.