Meditación en el jardín | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Meditación en el jardín

 

Una hormiga ha decidido vivir una apasionante aventura a través de mi pierna.

Mis pies descalzos, que sienten el frescor de la mañana a través de la hierba, sujetan dos inmensas columnas que ella, la hormiga, en su pequeñez objetiva y su ausencia de mente pensante no ha sabido evaluar. Ha errado el camino y está abocada a la muerte o al olvido. Escalará esos himalayas de piel y sabor salino sin conciencia de que no hay camino de retorno a su pequeño mundo. Ni siquiera lleva sobre su espalda la carga alimenticia que haría de su muerte una pequeña heroicidad. Simplemente es una hormiga desubicada…

Sube rauda hasta la rodilla derecha, como si ese fuera su destino y allí da la vuelta, nerviosa, realiza un pequeño círculo de reconocimiento y vuelve a encontrarse con la huella de su paso. No se detiene, las hormigas nunca se detienen, siguen obcecadas su alocado corretear de aquí para allá, como amantes abandonadas, siguiendo la estela de sus compañeras, guiadas hasta el negro agujero de donde salieron y adonde siempre quieren volver. La luz no es esperanza para ellas.

Ni piensan, ni sienten, pero… ¿padecen? ¿Sufren cuando son aplastadas contra la tierra y, en un segundo que no saben contar, pasan a convertirse en una pequeña mancha de sangre y humores diversos? ¿Tienen sangre las hormigas? ¿Muere con dolor todo lo que con dolor ha vivido?

Si me diera por ponerme espiritual diría que es un ser vivo y que, como tal, hermanado conmigo en sus derechos vitales. No por ser yo la más fuerte puedo quitarle la vida. ¿Sentimos algo cuando matamos a una hormiga, una mosca, una polilla, cuando utilizamos nuestra superioridad no ganada y aplastamos a otro ser vivo al que consideramos inferior e innecesario? ¿No matamos así cuando el amor se muere? ¿Qué pensaría la hormiga de mí si pudiera pensar? ¡Que soy un monstruo asesino, sin escrúpulos, que elimino a una trabajadora que es fiel a un destino aceptado sin queja alguna!

 ¿Y si juego a ser diosa y la dejo vivir un rato más? Su vida no me pertenece. Nada me pertenece. Y mi vida ¿a quién le pertenece? ¿A un dios que puede arrebatármela sin pestañear y haciendo uso de la misma ley del más fuerte que yo enarbolo ahora?

Seamos serios.

Estoy tratando de llevar a cabo una meditación silenciosa. Dejarme sentir en el silencio de este jardín vacío y acogedor. Un hermoso sauce absorbe los rayos del sol protegiéndome en mi necesidad de sombra. Mece sus ramas dulcemente para no disturbiar mi ensoñación, apenas percibo el susurro de sus ramas sobre mi cabeza.

He comenzado pensando en la hormiga y ahora ya no pienso en nada, porque la magnitud del concepto de la vida de la hormiga me ha dejado la mente en blanco, en un jugoso bloqueo que no voy a desperdiciar.

Ya no recuerdo si estaba esperando algo o a alguien. Ha volado de mi mente el pequeño apego a lo confortable de un pecho que me cobijaba de vez en cuando. (¿Qué me importa el verbo conjugado en pasado?) Ni siquiera espero que suenen unos nudillos contra mi puerta pidiendo u ofreciendo, trayendo un regalo o robando algo de lo que yo tengo para compartir.

He cerrado los ojos sin tener sueño, ni cansancio siquiera. El corretear de la hormiga por mi piel me ha trasladado a algún sitio en el interior de mí misma donde todo está en orden y en paz y es ahí donde quiero demorarme antes de volver a pisar la hierba.

Elur duerme a mis pies.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


septiembre 2013
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