Desde hace ya varios años escribo un par de blogs, con el mismo nombre ambos, –“A partir de los 50”- y con diferente difusión en cada caso. Uno de ellos, éste que lees ahora, utiliza el soporte digital de El Diario Vasco y el otro, amparado en el soporte de Blogger, tiene la posibilidad de expandirse por el  mundo internauta.

Es así que aterrizan en la bandeja de mi correo electrónico numerosas cartas de personas desconocidas que relatan sus peripecias vitales, como simple desahogo o demandando consejo, solicitando ayuda o, simplemente, haciéndome partícipe de vivencias que abrasan por dentro y tienen necesidad de expresar.

¿Qué mueve a contar confidencias a una persona desconocida cuando a veces somos incapaces de confiar en alguien cercano? ¿Cuál es el mecanismo que hace que nos sintamos seguros de la fidelidad de alguien virtual? ¿Por qué pedir ayuda lejos cuando podríamos pedirla cerca?

Estas preguntas dejé de planteármelas hace ya bastante tiempo y me he limitado a aceptar lo que la vida me presenta sin cuestionarme nada más. Porque la realidad es que sigo recibiendo cartas de mujeres –casi siempre mujeres- de la otra punta del mundo que me cuentan su situación (a menudo dolorosa y conflictiva) con su pareja, su familia, sus hijos, sus amigos…y todas con un denominador común: la infelicidad.

¿Qué puedo hacer desde el universo virtual y sin mirar a una persona a los ojos? ¿Cómo dar un poco de consuelo a quien sufre, ha perdido el amor o ha sido abandonado? ¿Qué valen mis palabras, cualesquiera palabras?

Estas preguntas dejé también de formulármelas al comprobar, con rotundidad absoluta, que somos más que capaces de escuchar consejos de un desconocido porque sabemos que no existe interés, que no le mueve intención alguna en lo que dice o sugiere y que, desde fuera, sin involucrarse emocionalmente, se pueden ver las cosas con claridad incontaminada.

A veces me sonrojo un poco, pero sólo un poco. No hay ningún título colgado en la pared detrás de mi cabeza que me autorice a dar opiniones y mucho menos sesudas; tampoco pierdo de vista el sentido común cuando corre el riesgo de convertirse en el menos común de los sentidos. Desde la ausencia de autoridad moral contesto a todas las personas que me escriben, pero lo hago con cariño y creo que eso basta.

Tan sólo soy una persona humana, hembra de la especie, que no tiene empacho en compartir vivencias personales con desconocidos por si mi experiencia puede servir a alguien de ayuda. Quizás sea por eso que me pagan con la misma moneda.

De todo ello me nutro, me enriquezco y encuentro motivos para ser un poco más feliz.

En fin.

LaAlquimista

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