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Cecilia Casado

A partir de los 50

“La mujer coñazo”

Leyendo una novela negra de Cristina Rava me tropecé con esa expresión en boca de su personaje, el típico comisario “modelo Montalbano”, uno de esos hombres maduros, descascarillados por el amor y temerosos de desnudar el alma de una mujer. Hablaba el personaje, por boca de su autora, de la típica “mujer coñazo” y la describía tan fielmente que consiguió ponerme los vellos de punta.

Ese “modelo de mujer” –literario y a la vez tan real-, es la que le va sugiriendo al hombre (en cuanto hay cierta confianza entre ellos, mayormente al día siguiente de haber pasado la primera noche juntos) cuál es la dieta más sana para el desayuno, que el cepillo eléctrico es mucho más eficaz que el tradicional para lavarse los dientes, que hay que usar gel de ducha natural y que las toallas nuevas hay que lavarlas antes de usarlas para quitarles el apresto.

Si a pesar de todas esas señales el hombre, contento él por haber conseguido conquistar a la fémina y sobre todo satisfecho de sí mismo por haber demostrado unas prestaciones amatorias de notable alto habida cuenta las “arias” que la mujer regaló al vecindario, si a pesar de esas “señales inequívocas” de ser una mujer “coñazo”, la despide con la promesa de un nuevo encuentro, está –qué duda cabe- pagando el primer plazo de la pala que cavará su propia fosa.

Este tipo de mujer –también llamada “plasta” o más comúnmente “insoportable tocapelotas”- suele tomar el modelo a seguir de otra mujer: normalmente la propia madre. Es por esto que el hombre no se asusta al ver los síntomas del problema que se avecina porque “reconoce” el discurso de su madre y no se siente especialmente amenazado…al principio. Será más tarde –cuando ya la maquinaria del deseo esté a pleno rendimiento y sea más que difícil echar marcha atrás- cuando el hombre recibirá de plano y en dedicación exclusiva toda la artillería que esta mujer tiene guardada para defender su plaza.

Con el tiempo –poco o mucho, según cada caso- avanzará de manera sibilina y tomará posiciones en la vida del hombre indicándole qué tipo de ropa debería llevar para cada ocasión, qué colores combinan entre camisa y jersey, en qué bolsillo del pantalón debe llevar el billetero para que no le haga bolsas, cuál es la hora adecuada en la que debe afeitarse para lucir bien, cuántos gramos de pan hay que ingerir en cada comida y cuántas cervezas libar para no ponerse fondón.

También insistirá en temas laborales (los del hombre). Le enfrentará a su jefe desde el sofá de la sala, le espoleará para pedir vacaciones cuando más carga de trabajo hay en la empresa (de él); no parará hasta conseguir viajar a dónde ella quiera, cuando quiera, con quien quiera y como quiera.

Normalmente el hombre se casa con la “mujer coñazo”. Puede que sea porque no se plantea que pueda haber otros modelos de mujer y que se siente seguro y tranquilo con una réplica de la propia madre. También puede que le haga un par de chiquillos y que sea ella la que se quede convencida de que es algo que “ella le ha dado a él”. En este caso también asumirá las riendas del mangoneo y tomará todas las decisiones que estime oportunas ante el pasmo acobardado de su compañero. Asumirá que es su rol “llevar los pantalones” y seguir perpetuando el desaguisado familiar que con tanta honra y poco lucimiento heredó de sus propios padres.

El marido suele cansarse pronto de la “mujer coñazo”. No sabe qué hacer con ella porque nada le complace del todo y siempre tiene quejas o reproches al alcance de la mano para usarlos como armas arrojadizas contra él y su santa paciencia. Pero está cómodo, también tiene su buena contrapartida que le pongan la comida en la mesa, le tengan la ropa limpia y planchada y, sobre todo, le eviten los peregrinajes por el supermercado en busca de la oferta perfecta del día.

También se dice a sí mismo que esa mujer es buena en el fondo porque se preocupa por él y lo manda al médico en cuanto le escucha toser dos veces seguidas; que no es mala su intención cuando le esconde el tabaco o le dice que no tome un cubata porque tiene la tensión alta. Y si le quita el chorizo y el tocino de las lentejas sigue siendo por su bien –pensará el hombre-, sin darse cuenta de que ella lo único que quiere es que dure muchos años con buena salud para poder darle a ella lo que necesita. Que en cada caso particular será una cosa u otra, desmesurada o no.

La “mujer coñazo” tiene argumentos para todo, sabe de casi todo –incluyendo lo que piensan los demás y sobremanera lo que piensa “su” hombre- y tiene la autoestima tan alta y tan bien afirmada que ni se le pasa por la imaginación que pueda estar equivocada en cualquiera de sus decisiones o planteamientos.

Pero lo peor de todo es que no calla. Ni debajo del agua. Habla y habla y se escucha a sí misma como un fenómeno de la naturaleza y lo va arrollando todo: el amor, la paciencia, el respeto, las ilusiones y los últimos rescoldos de pasión. Luego, cuando ya está más que harta, pide la separación del marido y luego el divorcio. Y algún día, más pronto que tarde, volverá a comenzar su ciclo vital con otro hombre igual al anterior. No falla.

Todo esto, y algo más, dice el personaje de Cristina Rava en su libro “Investigación a la tinta de calamar”.

Me pregunto de dónde habrá sacado esta buena mujer ideas para el personaje…

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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