El otro día llamé por teléfono a un amigo porque quería quedar con él. Le llamé al móvil porque el fijo lo tiene conmutado con la casa de sus padres y pide que no se le llame a ese número; pero el móvil me lanzó el mensajito de “este número no se encuentra disponible en este momento”.
Como eran las once de la mañana de un sábado y yo ya conozco los horarios de mis amistades me sorprendí un poco pero pensé que igual había trasnochado la víspera y estaba durmiendo. Pero cual es mi sorpresa cuando, al entrar en Facebook para ver si era el cumpleaños de alguien a quien era preceptivo felicitar o si me habían invitado a algún evento imprescindible, me lo encuentro ahí, a mi amigo, on line en el chat. Le abrí una burbuja y le saludé, pero no me contestó. Sin embargo, veo que está publicando en su muro unas fotos a las que es muy aficionado.
Bueno, estará distraído, pensé. Entonces me llegan vía twitter un par de jocosos comentarios suyos sobre un tema de actualidad. Rauda y veloz le envío un tuit para que se dé cuenta de que le ando buscando…pero nada. Intento una rellamada a su móvil y la acompaño por un mensaje de whatsapp, a ver si tengo más suerte con esta aplicación, pero el teléfono sigue en “modo avión” por lo que parece.
Ya eran las once y media de la mañana y entonces se me ocurrió una idea genial: ¡enviarle un email! Pero con la mala suerte de que, en ese momento, debió de cerrar la tapa de su Mac e ir a la ducha (esto es imaginación mía) para prepararse para lanzarse al mundo…real. Pensé en coger el coche y acercarme hasta su casa –vivimos a cinco minutos de distancia-, pero me pareció que sería una actitud invasiva por mi parte, a fin de cuentas tan sólo pretendía invitarle a salir para disfrutar del bonito sol otoñal y comer en alguna terracita un menú sabatino.
A las doce y cuarto me llamó. Cuando escuchó mi –“hombre, ¡por fin!” se quedó sorprendido ya que, aclaró, llevaba levantado desde las ocho de la mañana, navegando por la red, escribiendo en un foro, leyendo la prensa y “conectado con el mundo”, eso sí, con el móvil en silencio “para que no le molestara nadie”.
Y ahí le entré a la yugular, faltaría más.
¿Para qué necesitamos tanta tecnología, herramientas de comunicación, aplicaciones vía satélite, conexiones interestelares de fibra óptica y demás zarandajas si cuando nos llaman los amigos no estamos disponibles ni localizables?
Llegaremos a romper las relaciones con un mensaje de whatsapp, a pedir en matrimonio con un tuit, a enviar las fotos de la boda por instagram, a explicar intenciones, sentimientos y emociones en nuestro muro de Facebook…todo ello desde el más estricto aislamiento físico y real y llegando a rizar el rizo de la incomunicación más absoluta con las personas de nuestro entorno.
Ya les he dicho a mis amistades: a mí no me enviéis mensajes de ningún tipo, ni al móvil ni en las redes sociales ni en ningún chat. A mí me llamáis por teléfono o me bloqueáis de la lista de amistades. Conmigo se queda en un bar a tomar un café o en la barandilla de La Concha para ver el mar en silencio, pero con abrazo interpuesto.
Cuantas más herramientas pone a nuestro alcance la tecnología más incomunicados estamos aunque persevere la sensación contraria y ese engaño, ese autoengaño, nos deparará cuotas de soledad nunca antes alcanzadas por el ser humano. Al tiempo.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar: