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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cumpleaños. ¿Gozo o martirio?

Recuerdo los cumpleaños de mi infancia con cierta tristeza; mi madre se empeñaba en celebrar el día del Santo por considerar que el cumpleaños era “una fiesta pagana” (sic), pero como las mamás de mis amigas (benditas ellas) eran de otra opinión y el día del cumpleaños de sus hijas hacían una fiesta con tarta, globos, regalos y demás, y me invitaban, mi madre “tragaba” para corresponder social y educadamente y convenía en hacer una celebración “para las amigas”, con mediasnoches compradas en la famosa pastelería Maiz rellenas de jamón york. Nunca tuve una tarta con velitas, pero mi padre proyectaba películas de Charlot y del Gordo y el Flaco en Super8 y la fiesta era un éxito.

Así que, andando los años –y los lustros- decidí que mis cumpleaños serían estupendos, festivos, amables, rodeados de mi gente querida y, si era posible, por todo lo alto. Es decir, en vez de acarrear el estigma infantil, le di la vuelta y aquí paz y después gloria. A mis hijas, les monté tingladillos cumpleañeros al uso, con tarta y velas, fiestas felices llenas de gente, de regalos, de juegos y recuerdos buenos para el día de mañana (para “su” día de mañana).

Sin embargo, curiosamente, tengo algunos amigos que se niegan a celebrar su cumpleaños; les caen 40 ó 50 –o incluso más- y quieren pasar por esa fecha como de puntillas, sin alharacas, incluso con el gesto torcido si les dices que “hay que celebrarlo”. De hecho, no quieren regalos (y si les hago uno no lo aprecian) y, por supuesto, rechazan un brindis, una cena, cualquier festejo.

Como esta actitud no es como para pasarla por alto –entre amigos- siempre he indagado los motivos y, ¡oh sorpresa!, resulta que estas personas nunca fueron agasajadas en su infancia por su propia familia el día de su cumpleaños. Como mucho la fiestecita paupérrima de cumplir con los amiguitos, la bolsa de chupachuses para repartir en el cole, y un pijama o algo necesario de regalo. Quizás un poco de dinero pero para “meter en la hucha”; en fin, un asquito.

Evito explicarles que los aprendizajes son para darles la vuelta no para incorporarlos a la mochila donde cargamos las piedras viejas, que todo aquello que nos hico infelices –o raritos- en la infancia puede ser superado por el sencillísimo sistema de hacer un acto de voluntad y probar a cambiar. Me callo porque todas estas cosas están demasiado acendradas en la memoria emocional, son difícilmente superables (al parecer) y si quieren cumplir un año más sin que nadie se entere no seré yo quien se lo impida.

A mí, sinceramente, me produce una mezcla de tristeza y estupor esta actitud, más que nada porque celebrar la vida no es un acto baladí… pero no me queda más remedio que respetar sus deseos y quien no quiere ni regalo, ni brindis, ni festejo, se queda sin ello por decisión propia. Porque entiendo que cuando es el cumpleaños de una persona lo que le puede hacer feliz NO es tener que gastarse un pastón en invitar a los demás, sino que lo amable y generoso es hacer las cosas al revés: que sean sus familiares o amigos quienes le inviten, le agasajen, le conviden, le hagan regalos y le sorprendan amorosamente.

Lo que ocurre es que no sabemos –o no nos han enseñado- a festejar adecuadamente. Hay quien deja de celebrar su cumpleaños por el hartazgo de tener que pagar la comida familiar en el restaurante (que  sale por un pico) a cambio de un par de regalos de compromiso y poco más. También hay quien decide no decir nada y ahorrarse el llevar a la oficina la tradicional bandeja de pasteles; e incluso existe quien “prohíbe” taxativamente que se le hagan regalos. Quizás sea porque piensa que no se los merece o quizás por no tener que corresponder.

Pero la guinda del pastel me ocurrió con una persona muy querida por mí que aceptó durante años mis regalos, sorpresas y “planes especiales” para su cumpleaños y confesó –cuando llegó el momento de confesar las cosas- que “lo había hecho por mí”, es decir, por no mostrarse desagradecido, pero que, en realidad, estaba más que harto de mi empeño en celebrar su cumpleaños. Si lo hubiera sabido antes…la de dinero que me habría ahorrado, vive Dios.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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