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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Sería posible vivir sin móvil?

 

Recuerdo hace cosa de diez años cuando todos íbamos por la calle con el móvil pegado a la oreja, retransmitiendo la jugada a amigos y allegados, hablando compulsivamente, incluso sin necesidad, tan sólo por el hecho de que un teléfono móvil ofrecía la posibilidad de localizar a un interlocutor en cualquier lugar posible.

Luego se inventó el sistema SMS y fue la locura de mover los pulgares frenéticamente para ir escribiendo en palabras cercenadas lo que antes se decía de viva voz.

Pero la “foto fija” ha cambiado sustancialmente; ahora ya casi nadie HABLA por teléfono, sino que la tendencia es agachar la cerviz y teclear con afán desmedido en el pequeño teclado del aparatejo para limitar la comunicación a la aplicación reina: el whatsapp. Las ventajas de dicha aplicación no son discutibles en absoluto, pero mi reflexión va por otros derroteros.

Miro a la gente por la calle, la observo con interés, incluso intento calcular un porcentaje de cuántas personas van con el smartphone en la mano, mirándolo, tocándolo, manipulándolo, con la cabeza baja, la vista concentrada en la pantalla, ausentes del mundo que les rodea, tropezando con la gente (a veces con las farolas), saltándose los semáforos en rojo (a veces les dan un susto los coches), absortos únicamente en lo que se cuece en su pequeña pantalla que parece que es lo único que les conecta al mundo.

Ya se han hecho estudios sesudos y se ha llegado a la conclusión de que una persona normal mira o consulta o activa su smartphone una media de más de cien veces al día. ¡Qué barbaridad! Así que he decidido hacer mi pequeño experimento en primera persona. Cuando salí la otra mañana a hacer ejercicio durante una hora larga, dejé el móvil en casa. Era la primera vez que lo hacía, ya que siempre lo llevo conmigo “por si me llama alguien” (mentira, ¿quién me va a llamar a las ocho de la mañana si ya no trabajo?), “por si me pasa algo” (si me da un infarto YO no podré llamar al 112) o con cualquier otra excusa que se me ocurriera.

Así que allá me fui, con las manos libres de tontería a dar mi paseo habitual a paso ligero. Al poco de salir ya mi cerebro me mandó un aviso de que “me olvidaba algo”. A los doscientos metros empecé a agobiarme porque veía que todo el mundo llevaba el móvil en la mano y yo no; al pasar por el parque los paseantes de perros miraban sus móviles, los apresurados trabajadores también lo portaban, no sé si por comprobar la hora o por leer la prensa digital, en los semáforos en rojo yo era la única “peatona” que tenía la vista al frente, en el bar donde me tomo el cortadito de vuelta a casa revolví mi café charlando con el dueño –los dos extraños en un mundo de autistas con sus teléfonos en la mano y, en una esquina, los “bichos raros” que leían la prensa en papel, casi todos personas adultas mayores.

Cuando llegué a casa lo primero que hice fue correr hacia el móvil por ver si había tenido “algo”; pues no, ni una llamada perdida, ni una conversación de whatsapp activada, ni una imagen recibida, ni una burbujita del facebook bailando en la pantalla. ¡Nada de nada! ¡No existía para el mundo! ¡Mis amigos, conocidos y sociedad en general habían pasado de mí olímpicamente durante casi DOS HORAS!

Mientras me duchaba, además del sudor me quité la tontería.

Ya llevo una semana saliendo a hacer ejercicio sin el móvil. También lo dejo en casa cuando paseo al perro y eso hace tres veces al día. Lo apago cuando como y cuando hago la siesta. Por supuesto que durante la noche descansa; descansa  el móvil y descanso yo, ambos desconectados del mundo. De hecho estoy empezando a “divorciarme” de él excepto en el tiempo vespertino en que –por la diferencia horaria- me conecto con mis hijas que están a 9.000 kms. de distancia. ¡Ahí sí que le saco rendimiento a mi smartphone!

Me sonrío ante la paradoja y contradicción humana cuando, por poner un ejemplo, tantas personas nos ponemos como basiliscos cuando se nos intenta adocenar, tratar como borregos, imponer fechas, celebraciones, costumbres y reclamamos nuestra LIBERTAD para ser diferentes, para hacer lo que consideramos que tenemos que hacer y no lo que hace todo el mundo. Pues vale, pues bueno, a ver quién es el guapo que es capaz de estar una hora sin consultar la pantallita…

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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