Depresión: Enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de las funciones psíquicas.
Que quede claro, antes de seguir leyendo, que no soy profesional de las “cosas de la mente” ni tengo autoridad moral alguna para hablar ex cathedra; que quede claro también que la “depre” –como a tantas personas- me ha rondado en algunas ocasiones en las que las circunstancias me fueron quitando, de a pocos o de golpe y porrazo, la alegría que siempre me caracterizó o me dejó viendo el vaso de agua medio vacío; también me ocurrió en no pocas ocasiones mirarme y verme fea, poco interesante y amargada. Eso sin contar el tiempo en que creía –erróneamente- que para sentirme bien conmigo misma y mantener la autoestima por encima de la línea de flotación necesitaba el visto bueno o el reconocimiento amable de otras personas. Tampoco omitiré que hubo un tiempo desgraciado en que perdí el interés por muchas cosas y mi equilibrio emocional se tambaleó de forma evidente e imposible de ignorar.
La suerte ha sido para mí no experimentar todos estos síntomas desasosegantes a la vez –lo que me hubiera llevado a la depresión pura y dura sin paliativos- sino que han ido viniendo a mi vida de a poquitos y como invitados inoportunos aunque difíciles de rechazar.
Que necesitamos de los demás como seres sociales es algo poco discutible; que tenemos que aquilatar esa necesidad del entorno para que esté equilibrado el fiel de la balanza es lógica que nos hace bien. Es decir: ni depender de lo de fuera en exceso ni meternos en un caparazón aislante.
Tenemos tendencia a ser bastante exagerados con nosotros mismos, aumentando los males –reales o imaginarios- porque necesitamos l atención de los demás, reclamar un cariño que nos falta, un apoyo que nos sujete, hacer que nos escuchen…¡Tantas carencias que arrastramos consciente o inconscientemente desde tiempo atrás!
Recuerdo, en aquel tiempo que estoy citando, el consejo –supongo que bienintencionado- de una amiga profesional del ramo que me decía: “Tú no te dejes caer, que tú eres muy fuerte y puedes superarlo todo, plántale al mal tiempo buena cara, sigue adelante, usa tus fuerzas…” Y yo la miraba pensando que no tenía ni idea de lo que hablaba, que me estaba recitando algún párrafo de los libros que había estudiado en su carrera y que su nivel de empatía estaba cercano al cero… Yo me revolvía inquieta porque me estaba diciendo que lo que tenía que hacer era poco menos que ignorar mi problema en vez de vivirlo –ya que el problema no tenía solución puesto que era un abandono afectivo- y yo tenía que llorar, quería gritar o maldecir o en cualquier caso sacar de mi interior la furia, la rabia, el desamparo en el que me hallaba.
Mil veces es mejor dejar que las emociones hagan su labor –que para eso las tenemos- en vez de ignorarlas o dominarlas y amordazadas dejar que se vayan pudriendo como un conde de Montecristo que algún día romperá sus cadenas y, en su huída, destrozará a patadas la cárcel anímica en la que ha estado recluido durante años. Cuando me toca estar “depre” –con o sin razón de peso- me dejo llevar y así se me pasa mucho más rápido. En unos pocos días me doy cuenta de que no vale la pena amargarme la vida por alguna tontería –que casi siempre han hecho los demás, ésa es otra- y descubro que ya se me ha pasado la murria, la pena, el enfado o lo que sea que me ha tenido “out” contra mi deseo, que no contra mi voluntad.
Otra cosa son las patologías depresivas, aquellas que destacan por su imposible negación incluso por parte de la familia y que salpican a todo el que está en el radio de acción de la persona deprimida. No olvidemos que la depresión es una enfermedad (y puede ser bien grave), pero tampoco tenemos que confundirla con ese sentimiento de desánimo pasajero que a todos nos asalta de vez en cuando.
Pero lo que sí he aprendido es que no hay que esperar que nadie venga desde fuera a sacarnos de ese agujero en el que nos encontramos; puede que recibamos algo de ayuda, pero el empuje para salir debe provenir del propio interior para que la decisión de recomponer el ánimo sea efectiva. A fin de cuentas, todo trabajo interior empieza y termina en uno mismo y eso sí que puedo afirmarlo con nombre y apellidos.
En fin.
LaAlquimista
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