Han pasado ya las Navidades, ese tiempo pintado de copos de nieve rosas en el que las familias se reencuentran arropadas por el calor del amor, etc. etc. Me voy a abstener de hacer un relato irónico/lúdico de las peleas entre cuñados, de los combates dialécticos entre suegras y yernos y todo el rosario tópico de las grandes reuniones familiares. Ni me apetece ni vale la pena.
Lo que sí me mueve a escribir es el hecho de constatar –y no porque sean estas fechas- la gran cantidad de familias desestructuradas que hemos sido capaces de producir en los últimos veinticinco años. ¿Quién no tiene en su biografía o aledaños un divorcio o una separación? Circunstancias estas que provocan otras de forma colateral que nos van envolviendo a todos en una maraña imposible de sacudirse con elegancia. Al final andamos llenos de hermanastros, hijos de segunda pareja, hijos de fuera del matrimonio y así hasta llenar el abanico completo de filigranas amorosas.
Como no me gusta señalar con el dedo hablaré de lo mío: de que tengo una hija con un señor del que primero fui esposa, luego ex esposa y finalmente viuda. Que me casé en segundas nupcias con un señor divorciado que aportaba un hijo de su primer matrimonio y con el que tuve una hija de modo que de golpe y porrazo había tres niños en la casa. Pero después también me divorcié de este señor que a su vez volvió a procrear por lo que la hija que tuve con él pasó a tener otro hermanastro más y… ¡me he perdido!
Un buen día estos chavales se casan y en la mesa del convite nadie sabe quién es la madre de quién, ni quién el marido, el abuelo, el padrastro o el novio de la suegra, pero todos se emborrachan con la elegancia necesaria como para que parezca que se llevan bien. Pues vale.
La realidad es que he conocido a personas a las que les ha aparecido una hermana secreta a los cuarenta años, quienes han descubierto que su padre llevaba una doble vida, con dos familias paralelas durante lustros; y sin olvidar a los que tienen hijos con sus parejas con o sin libro de familia de por medio y esos hijos miran a sus hermanastros con una especie de ojeriza por haberles robado el protagonismo paterno/filial. Vamos, que esto es un maremagnum y el concepto de familia tradicional ya cada vez va quedando más lejano en la memoria de las gentes.
Y eso sin contar con los que llevan el mismo ADN y rompen la relación familiar por diferencias irreconciliables; hermanos que no se hablan entre ellos desde hace años, hijos que se “divorcian” de sus padres, rencores ponzoñosos, listas de agravios que se mantienen actualizadas a base de enconadas peleas, discusiones agrias y toda la panoplia de armamento psicológico/verbal que está al alcance de los contendientes.
Mi familia de origen está desestructurada desde hace veinte años, creo que desde que falleció mi padre. Allá vamos cada cual por nuestro camino encontrándonos a encontronazos con el otro y haciendo como si no tuviéramos hermanos, tíos, primos, sobrinos ni nietos. Sabemos que nos veremos las caras en el próximo funeral, pero no nos importa demasiado. Y cada cual por su cuenta sigue intentando formar la propia familia olvidando la de origen defenestrada, como si el primigenio universo familiar fuera posible desligarlo del universo familiar que cada uno ha dado en crear. Supongo que es muy difícil, -por no decir imposible- desembarazarse de una herencia afectiva marcada por el desafecto y que son muchas las probabilidades de reproducir el esquema bajo cuya férula se ha crecido.
El signo de los tiempos, el signo de la misma falta de amor de toda la vida…
En fin.
LaAlquimista
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