El insigne Virgilio es proveedor infalible de hermosos ‘latinajos’, esas frasecitas que mucha gente utiliza para adornarse con un pequeño toque de distinción o pedantería de andar por casa; pero entrar en las profundidades de su intención primigenia –la del poeta romano- es trabajo baldío para la mente y el espíritu; en este tema, como en tantos otros, nos basta con mencionarlo y quedarnos en la superficie, creyendo tontamente que las palabras son suficientes y olvidando aquello que nos enseñaron de pequeños de que “obras son amores y no buenas razones”…aunque sean literarias.
“Omnia vincit Amor”, qué fácil se lee y qué fácil se traduce; bonito para un poema, pedante para susurrarlo al oído, ¿una falacia más?, habría que demostrarlo, a ver quién acomete tamaña empresa… El Amor es cantado desde tiempo inmemorial, alimento de poetas, sueño de damiselas, utopía que todo lo desbarata y que muere desbaratada, desconsiderado en la vida y ensalzado en tragedias y teatros, ni siquiera formó parte del matrimonio hasta la era industrial, ya que un Contrato de por vida no podía estar supeditado a los altibajos anímicos y emocionales de los contrayentes sino basado en sólidos principios y férreas normas que asegurasen la continuidad de la especie y de la institución.
Curiosamente, y esto es bien sabido desde siempre, un “matrimonio de conveniencia” daba libertad a los cónyuges aunque también algo de infelicidad si estaba descompensado el uso de la misma. El amor era considerado superfluo, una floritura romántica para jovencitas de cualquier tipo de clase social: las unas soñarían con un apuesto galán y las otras con un recio hombre, pero ambas se permitían el lujo de soñar…
Ya apenas hablamos de amor, ni siquiera con los seres amados, ese sentimiento que –como el valor en el ejército ‘se da por supuesto’- ampara cómodamente nuestras relaciones afectivas, con la pareja, con la familia, con los hijos, con los amigos… Dejamos que los días pasen, que la vida pase, que se vaya consumiendo irremisiblemente, sin llevar a cabo ese pequeño acto heroico de hablar de amor, de expresar amor, de demostrar amor, convencidos estúpidamente de que no es necesario, de que “ya se sabe y no hace falta decirlo”, una especie de pudor que nace con la madurez convirtiendo al otrora amante en aburrido espectro de lo que algún día fue.
A mí me han querido mucho –y así lo percibí- y mucho he amado yo – o lo he intentado al menos-, pero ahora miro en el espejo a esa mujer que me mira y siento que todavía me queda mucho por amar, mucho trabajo por hacer, ‘tanto por vencer’ y no se me escapará la más pequeña oportunidad de vivirlo: con mis hijas, el “te quiero” cotidiano, los besos y abrazos aunque sean en la distancia, bañados de energía amorosa, luz por los ojos, risa en la boca, manos tendidas…
Ya no sirve la tibieza, la comodidad que nos puede arrastrar a la desidia y al desamor… Ahora que todavía queda tiempo me he acordado de Virgilio, no se porqué pero espero descubrirlo.
Qué sencillo parece.
En fin.
LaAlquimista
** Benjamin West. “Omnia vincit amor” 1809
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