Este blog vive del intercambio entre quien escribe, quien lee y quien vuelve a escribir. En cuanto publico un post me quedo expectante, pelín ansiosa, por disfrutar del aprendizaje que me regala los comentarios de algunos lectores; los hay fijos y otros que pasaban por ahí, pero no hay día en que me defrauden y me obsequien con la ración de reflexión que tanto ansío.
Pero hay veces en las que la realidad virtual supera a esa otra que decimos realidad a secas y le da una vuelta de tuerca que lo pone todo patas arriba. Es decir, aplicamos a lo virtual la misma fuerza emocional que utilizamos, por decir algo, cuando abrazamos a una persona que nos es agradable abrazar, supongo que será porque cada vez nos resulta más difícil diferenciar lo uno de lo otro, pero ese es otro tema.
El caso es que, como respuesta a uno de los comentarios recibidos -¡qué placer interactuar con la gente, “escuchar” sus palabras y responder con las mías!- indiqué que tenía en casa un problema con la calefacción que me tenía aterida. Lo comenté sin intención espuria alguna, como esas coletillas que pongo al final de mis frases cuando digo lo de “feliz día viernes” y cosas así.
Un par de horas después recibí en la dirección email que está a disposición de los lectores una oferta para venir a ayudarme a solucionar mi problema de frío mediante el expeditivo y sabroso método de “envolverme en un abrazo de oso”. Con mi asombro y mi agrado luchando contra el sentido común que aún persiste a mi edad, sonreí, reí y sentí que mi frío vespertino podía quedar reducido a la nada gracias a que todavía hay personas amables en este mundo. (Sin ironías, faltaría más)
Pero el contrapunto surrealista lo puso una llamada telefónica de un amigo que se ofreció a “ayudar con el problema de la calefacción” (sic) creyendo que era algo mecánico de válvulas que no funcionaban, tuberías atascadas o llenas de aire.
También reí a carcajadas con la segunda “oferta del día”, pero no pude evitar compararlas ambas y darme cuenta de la diferencia que puede derivarse de utilizar la inteligencia emocional a no usarla en absoluto. Y me acordé de aquel chiste tan viejo que decía más o menos así:
“Una pareja están en la cama y ella le dice a él: -Cariño…que tengo mucho frío… -y él le contesta: -pues ya voy a traerte una manta. Ella, disconforme, insiste: Cariño…que tengo un agujerito…- y él responde ya medio enfadado: ¡Pues claro, será que la manta está rota y es por ahí por donde te entra el frío…!
Pues eso, que me encanta que haya hombres que sigan convencidos de que las mujeres utilizamos eufemismos para pedir calor físico y utilicen su “inteligencia emocional” para querer leer entre líneas y adivinar nuestros “deseos ocultos” (o inventarlos) detrás de algo tan natural y desprovisto de connotación sexual como contar que la calefacción no funciona bien.
Obviamente, yo también utilicé la mía –la inteligencia- para “arrimarme al ascua que más calentaba”…
En fin.
LaAlquimista
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