En las antípodas de las personas que necesitan llevar una agenda rigurosa donde apuntan citas, compromisos y eventos con meses de anticipación -que son inamovibles por decreto ley-, están esas otras personas que todo lo hacen “sobre la marcha” y que no se comprometen ni con nada ni con nadie.
Como esto va de autocrítica, diré que me siento más identificada con el primer grupo aunque, de vez en cuando, me paso a las filas del segundo con total impunidad. Es decir, que para unas cosas soy muy ordenada y puntillosa y para otras pelín anárquica; porque puedo y quiero hacerlo y porque para eso tengo la libertad.
Pero el caso es que llego a preguntarme si estoy haciendo bien en cualquiera de los dos casos, porque ¿qué es mejor o más justo? ¿Aceptar –y cumplir- compromisos que nos llevan a tener buenas relaciones con el prójimo, además de socializarnos productivamente, o dejar que sean los impulsos de última hora los que nos lleven a acudir a las citas?
Pongamos ejemplos para ilustrar el dilema. Supongamos que un amigo nos propone hacer una excursión el domingo y le contestamos con un: “no sé, ya veré de qué humor me levanto ese día, sobre la marcha”. ¿No es acaso colocar a quien nos invita a compartir en el último lugar de la fila de nuestras preferencias y dejar que la amistad fluya únicamente con el albur de la apetencia del momento?
O supongamos que le digo a una amiga de salir a comer el viernes o cenar el sábado. Lo que yo quiero es que me diga que sí –o que me diga que no-, pero que no me maree con un “sobre la marcha ya te diré algo” porque entonces…¿qué tengo que hacer? ¿Esperar a que le sople el viento del buen lado a esa amiga para salir o no salir? ¿Aceptar la incertidumbre?
Bien es cierto que tenemos todo el derecho del mundo a no comprometernos con lo que no nos apetece de momento; y que usaremos la libertad para decir “sí” o “no” a cualquier propuesta; pero ese jugar a dos o varias bandas –que en el fondo no suele ser más que guardarse el as en la manga de elegir entre los posibles planes el que más acomode- siempre me ha dado cierto repelús.
Sin embargo ocurre que cuando se comentan los temas entre amigos, sale la famosa libertad de actuación y quien no quiere comprometerse defiende su postura diciendo que no pasa nada, que prefiere quedarse solo o sola antes que comprometerse, que elige la libertad por encima de la compañía, que compartir o no un trocito de vida con los demás no es prioritario, que –en definitiva- le dejemos en paz con sus decisiones.
Repetir una y otra vez que “cada uno es como es y libre de tomar sus propias decisiones” es un lugar ya demasiado común. Ya lo sabemos, vaya que sí. Pero el tema es mucho más enjundioso que todo eso; el tema habla de quienes usan dos varas de medir diferentes. Una para “nadar y guardar la ropa” y otra para hacerse los amables cuando les interesa y ser capaces de comprar unas entradas para el teatro, un concierto o los billetes para un avión con cinco meses de anticipación. Entonces sí que pasan de ir “sobre la marcha” porque el interés puede más que los principios.
Al final, volvemos a darnos de bruces con las contradicciones propias y las ajenas. Si es que no dejaremos de aprender nunca…
En fin.
LaAlquimista
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