Estoy cabreada. Podría estar triste, pero he decidido dejar que el enfado aflore de donde se instaló hace unos días como consecuencia de tanta idiotez humana socialmente admitida. Me da igual que alguien pueda pensar que me paso de arrogante y tal y cual, los hechos son tan absurdos a la vez que inadmisibles que tan sólo un débil mental podrá justificarlos.
¿Que de qué hablo? Pues de la costumbre que ha cogido el personal de grabar con el móvil todo aquello que se le pone por delante y que le llama la atención porque lleva el componente ideal para lucirse en un protagonismo de tres al cuarto: el morbo.
¿Que ves a un subnormal pegándole a una mujer en mitad de la calle? Pues a grabarlo con el móvil.
¿Que te tropiezas con una ancianita que se cae al suelo y se rompe la cadera? Pues a grabarlo con el móvil.
¿Que ves de lejos a una pareja dándose el lote? Pues a grabarlo con el móvil.
Con el fin único y dignísimo de enseñarlo a la cuadrilla, compartirlo en el grupo de whatsapp, subirlo a Facebook o ponerlo en YouTube como si fuera un cortometraje del último director de cine de vanguardia. Para enseñarlo en la sobremesa familiar del domingo o en la cogorza del sábado noche con los coleguis, en plan, “mira, mira lo que grabé ayer, flipante ¿no?”
Poca gente –de los que viven su vida a través del móvil- es realmente consciente del daño que hacen a los demás (por no hablar del que se hacen a sí mismos, pero esto ya entra dentro de lo utópico de la evolución del borrikote sapiens), utilizando el rostro de personas que tienen derecho a su intimidad para reirse de ellas o hacerse los guays a su costa.
Se me hincha el trigémino de pensar que cualquier día me resbalo en la calle, me caigo patas arriba en un charco, me rompo una pierna, me pilla una moto, me pega una hostia un borracho o me dan en la cabeza con una piedra y allí va a estar, el subnormal de turno con su smartphone grabándolo todo para conseguir su miserable minuto de gloria a costa del infortunio ajeno.
(Me he dado veinte minutos de intermedio para que se me pase el enfado. Gracias a una cervecita ahora estoy más calmada, aunque triste).
No es únicamente el hecho de pasarnos el día con la cabeza gacha mirando la pantallita del teléfono móvil, no, no es sólo eso, vamos mucho más allá en la degeneración a la que le hemos abierto la puerta de nuestra mente, al desfase neurótico en el comportamiento y, sobre todo, a la pérdida de calidad como seres humanos conscientes.
Amistades virtuales en el grupo de whatsapp que nunca tienen tiempo para juntarse, encuentros por skype, selfies sacando la lengua o haciendo gestos ridículos pero que están de moda y de los que se avergonzarán en poco tiempo; besos congelados, abrazos muertos, cenas románticas con el móvil junto al plato, orgasmos retransmitidos desde debajo de la almohada, idioteces fotografiadas en el espejo del baño… Y eso sin contar el lado oscuro del asunto, los abusos, las violaciones, el dolor ajeno en directo.
Me pregunto qué puedo hacer para mitigar esta plaga, para no contribuir a la debacle que se avecina (de insospechadas consecuencias todavía) y tan sólo se me ocurre lo de siempre, la gotita de agua en el océano, el grano de arena en la gran playa, la cucharilla para remover la tierra de la base de la montaña. Respetar al prójimo y respetarme a mí misma. No parece tan difícil…
En fin.
LaAlquimista
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