En la naturaleza humana confluye el abanico completo de virtudes y miserias. Educacionales o “de serie”, socialmente sostenidas o de cuño personal, quien más quien menos tiene a bien hacer gala de su peculiaridad identificativa. Unos con más gracia que otros, todo hay que decirlo. Pero lo que más se lleva, lo que creo que más abunda –porque me asalta por doquier- son los “graciosos oficiales del reino”. No, no me refiero a los que les pagan por salir en la tele o por devanarse los sesos intentando hacer reir al personal con un guión; me refiero a los “graciosos” de andar por casa, los de la barra del bar o la máquina del café, los que abruman a la cuadrilla de amigos o destrozan la sobremesa familiar con sus gracietas insoportables.
Son aquellos que siempre tienen a punto la mofa y la befa sobre cualquier otro ser humano que haya metido la pata en cualquier orden de la vida. Se ríen del que se ha echado una novia diez años mayor o se parten la caja cuando al vecino le echa de casa la parienta (que se fastidie, por idiota). Son ese tipo de gente que hace chistes fáciles sobre los vulnerables, sobre los enfermos, sobre los que no llegan a fin de mes. Sin olvidar a los que tienen diferente color de piel o simplemente vienen de una parte lejana del mapa.
Son esos “graciosillos” que hacen chistes racistas, homófobos, machistas, que se burlan de todas las religiones, que denostan lo políticamente correcto porque a ellos “no les calla la boca nadie”. Son los que llaman “puta” a la mujer que se besa con alguien en público, son los que siguen diciendo “maricón” y burlándose de quien tiene una sexualidad diferente a la suya. Los que se llenan la boca de tacos, palabrotas, exabruptos inconexos lanzados al espacio sideral en general y al resto de humanos que les rodea en particular.
Casi siempre espoleados por el alcohol; casi siempre riéndose de los demás y con nulo sentido del humor para lo propio. Son los que juran en arameo cuando alguien les pita en un semáforo en rojo para que espabilen, los que se ciscan en toda la familia ajena (a la propia que no la toquen porque entonces “matan”) cuando algo les parece especialmente injusto (con ellos, obviamente). Son esas personas conocidas, toleradas, populares y jaleadas por su grupo o manada que van por la vida riéndose del prójimo y con una actitud depredadora.
Ellos o ellas no suelen reconocerse en el perfil al que pertenecen. Creen que somos los demás los que no tenemos sentido del humor, los que no sabemos verle a la vida el lado divertido, quienes vamos de serios o de “estirados”.
Acaparan las conversaciones, se instalan en el protagonismo del grupo que les jalea y les invita a otra ronda, sacan pecho cada vez que se burlan de alguien y, para colmo, lo más patético, se carcajean de sus propios chistes.
No los soporto, de verdad. ¿Que por qué saco este tema? Pues por algo tan sencillo como que me he dado cuenta de que cada vez impera más la tendencia a deshumanizarnos a costa de burlarnos del prójimo. Debería ser una cuestión de respeto elemental, pero ya sabemos todos que ésta es una idea muy cacareada cuando queremos utilizarla como barrera protectora pero que nos saltamos sin pértiga cuando nos apetece invadir territorio ajeno.
Cuando escucho comentarios ofensivos hacia cualquiera que es diferente se me hincha la vena. Y no siempre consigo callarle la boca al bocazas de turno por la sencilla razón de que hacen demasiado ruido las risas de los demás… Será que no tengo ni pizca de sentido del humor con los imbéciles.
En fin.
LaAlquimista
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