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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Soy más feliz gastando dinero?

El otro día tuve un “encuentro filosófico-sociológico” de campeonato. Henos ahí a dos mujeres y un hombre, entre los cincuenta y los sesenta bien llevados, disfrutando de las bondades generosas de los rayos del sol decembrino y del inefable placer de un buen vermú de grifo con calamares frescos y rebozado crujiente.

-¡Qué bien se está al solecito! – casi susurró A.

-¡Y qué ricos están los calamares! – apuntó discretamente B.

– Mmmmmm… Ummmmm…. Ainssss…… – remató C.

Transcurrieron diez o quince minutos en los que el silencio excelso no encontró nada que pudiera mejorarlo. A lo lejos –aunque no demasiado lejos, ya que estábamos en un parque con terraza de bar incorporada- se escuchaba como en sordina el tráfago de un día festivo. La marabunta de niños jugando a matarse ni estaba ni se la esperaba. La iglesia cercana expulsaba a los de la sesión de la una del mediodía. (Música chillout de fondo)

– ¿Y cómo van las compras navideñas? – Disparó A. sin anestesia de ningún tipo.

– Todos tenemos de todo. – Masculló B. sacando la aceituna de su empalamiento.

– Pues no hay más que hablar. – Remató C. haciéndole al camarero el gesto universal de: “Otra de lo mismo”.

Ya de regreso a casa, contenta por tener amigos con quien pasar un buen rato en día festivo y pelín alborotadas las neuronas por efecto del “licor de hierbas”, di en pensar que somos más bien ilusos tirando a inconsecuentes si caemos, otro año más, en la furia consumista de comprar por comprar, regalar por regalar, gastar por creer que estamos obligados a hacerlo.

Ni los niños necesitan tantos juguetes ni yo necesito otro perfume, otro collar más, ni más pendientes, ni fruslerías que para febrero ya son un trasto molesto, casi basura.

Sin embargo, lo que parece ser un hecho incontestable es que la gente se siente mejor cuando puede gastar dinero. Como afianzamiento del “aquí estoy yo” (también llamado autoestima). Para quedar bien, “cumplir” con la suegra, el cuñado, el yerno y la nuera. Y para que no nos tuerzan el morro los hijos, la pareja, los hermanos. Los padres, esos aceptan lo que les den y ponen cara de “vale, bueno, pues gracias” porque son los únicos que de verdad saben que no necesitan nada material…sino “lo otro” que es cariño, compañía, atención.

No soy más feliz gastando dinero, derrochando el dinero, en comprar cosas superfluas para quien ya tiene de todo. Como de verdad me siento feliz es abrazando, riendo, compartiendo. Y si no hay de eso, los regalitos me sobran. Absolutamente.

Entiendo que son fechas exageradamente señaladas y que mejor no ser el raro de la película, ni el Mr.Scrooge de turno. Entiendo que las voces son estridentes, los reclamos aturdidores y la marea nos empuja hacia el centro comercial más cercano.

Por eso precisamente me gusta expresar que los regalos sean “testimoniales”, prueba y aseveración del cariño que nos tenemos los unos a los otros, incluso dentro de la familia. Y si no hay cariño, mejor que no haya hipocresía envuelta en papel brillante.

No es tan difícil de entender… Aunque sea difícil de llevar a cabo.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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