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Cecilia Casado

A partir de los 50

Contar las arrugas una a una


Siempre he odiado esos espejos de cuarto de baño de hotel que sirven para buscarse los pelos hirsutos de la barbilla y arrancarlos con un masoquismo contenido. Como me daban para atrás, nunca compré uno para mi manejo personal y así he ido por la vida, contándome las arrugas desde lejos y haciendo ojos ciegos a ciertos complejos tan extendidos entre el personal.

Pero qué paradójico me resulta ahora que cualquiera pueda contarme las arrugas con tan sólo un gesto de sus dedos pulgar e índice abriendo la foto que he enviado –en mi vanidosa ingenuidad- por whatsapp. O poniendo la lupa al máximo en la pantalla de la computadora para escudriñar mi rostro en cualquier foto de Facebook. ¡Si es que esto es como salir a la calle en ropa interior!
Pero recapitulemos. Que nos exponemos voluntariamente al ojo crítico ajeno en cuanto utilizamos cualquier aplicación que permita envío de fotografías no es novedad y no vale rasgarse las vestiduras porque ya sabíamos los riesgos que implica el asunto. Y no hablo de delitos contra la intimidad ni nada parecido; tan sólo de lo voluntario, de lo de andar por casa, de las foticos que compartimos con los colegas de buen rollito.

¡Qué peligro, por todos los dioses antiguos y modernos, qué miedo da el asunto ahora que me doy cuenta de ello! Ahí estoy –ahí estamos- mostrando sin pudor ni vergüenza los michelines en esa foto en la que el jersey se nos ha arrebujado alrededor de la cintura o el tinte sin hacer y mal disimulado con el pelo peinado de costado, las patas de gallo numeradas del uno al cincuenta, las manchas en la piel de tanto sol, las arrugas de la vida en sus surcos como patatales…

¡Todo, absolutamente todo queda a la vista a golpe de un clic! Porque la gente que recibe una foto no se limita a echar un vistazo y responder con un emoticono sonriente, no, se puede solazar en el cotilleo más vil ampliando, escudriñando, haciendo una espeleología mortal sobre las imágenes enviadas. Para eso están los amigos y los familiares cotillas, para pasarnos por los morros los defectos físicos que no hemos tenido la precaución de disimular o proteger de la mirada ajena.

Así que, mucho cuidado con la confianza mal entendida y más aún con la vanidad atontolinada, que si te parece que estás guapa en una foto y la publicas en tu página de Facebook como si fuera un photocall en la cocina estás dando de comer al monstruo.

Es que yo misma me he contado las arrugas en el whatsapp y me he visto los poros sucios del rostro con mayor nitidez que en ese espejo del cuarto de baño que tanto miedo me daba…En fin, que no somos nada.

Felices los felices.

LaAlquimista

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*Fotografia sacada de Internet

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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