Ahora que está tan en boga hablar del odio quizás sea el momento de llevar un poco la contraria y hablar del amor.
Quien dice que ambos sentimientos son las dos caras de la misma moneda simplifican innecesariamente puesto que es una forma infantil de no profundizar, de no querer profundizar en los motivos que nos impelen bien a “odiar”, bien a “amar”.
El odio quizás pueda definirse universalmente como el rechazo hacia algo o alguien que nos hace daño o que pensamos que puede poner en peligro nuestra supervivencia. O no. Porque no podemos “odiar” una erupción volcánica que se lleve nuestra ciudad por delante de la misma manera que los cavernícolas tampoco tuvieron tiempo a odiar la glaciación que se les vino encima.
Son conceptos finalmente, constructos sociales que nos permitimos el lujo –intelectual- de inventar para justificar. Como si fuera una Ley que permite la pena de muerte o una Ley que ni siquiera aboga por la cadena perpetua. Y según en qué coordenadas y según en qué condiciones. Depende. Así que lo de “odiar” puede ser una necesidad social o una moda propuesta por mentes abyectas.
Así que yo prefiero hablar de “lo otro”, que sería el “amor”. E incluso estoy dispuesta a mojarme añadiendo que creo firmemente que “somos el amor que damos”.
Lejos de filantropías que desgravan de impuestos o de la mal entendida generosidad modelo “Madre Teresa”, todavía tenemos muchas maneras de atraer a nuestra vida “esa cosa llamada amor” que podría ser lo más parecido a un aire puro, no contaminado y vivificante.
Lejos también de espiritualidades que se venden en cómodos plazos o que se anuncian on-line; más lejos aún de cualquier religión (re-ligare, reunir) que es otro concepto maquiavélicamente engañoso para seguir infundiendo miedo entre quienes prefieren obedecer sin reflexionar, está el amor que me apetece incorporar a mi vida. Aunque parezca que ya llego al humo de las velas, no hay límite de edad, doy fe.
Quien piense que hablo de “amor romántico” individual se equivoca. Quien crea que me refiero al “amor a la humanidad” genérico también yerra. Para mí es muchísimo más sencillo que poner una etiqueta que nos defina –que nos limite-. Tan sencillo como sentir que “soy el amor que doy”… o “soy el odio que comparto”. Así de fácil y así de claro… pero imposible odiar y a la vez creer que podemos amar. Me temo que son agua clara y aceite sucio esos sentimientos…
Felices los felices.
LaAlquimista
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