Qué curioso es que los peldaños de la vida inventen eufemismos en la escalera que desciende desde el nacimiento hasta la muerte. Porque cuando se acaba la juventud y se entra de lleno en la madurez, ya sin derecho a los descuentos del “Carnet Joven”, se llega sin solución de continuidad a ese limbo lleno de gente –sobre todo mujeres- que “ya tienen una edad”.
Muchas mujeres hemos ido “reinventándonos” en cada etapa de la vida –otro eufemismo para resumir que nos hemos levantado después de tropezarnos con grandes piedras o que nos hayan caído estas en la cabeza- y ya nos sentimos preparadas para traspasar el umbral del último paraíso sobre la tierra: bien entendido que gocemos de una moderada buena salud, un moderado bienestar económico y una moderada interacción social. (La familia bien, gracias).
Sin embargo, no nos gusta que nos llamen “viejas”, como si fuera un insulto, porque recordamos aquello que decían las abuelas de que: “viejos son los trapos”; no queremos ser “viejas” porque serlo te desnuda socialmente de cuanto interés glamuroso pueda quedar en la recámara. Y la coquetería. Y la vanidad. Ya nos entendemos. Así que jugamos a esconder el DNI, decir que tenemos años “suficientes” cuando nos preguntan la edad y sobre todo elevamos la barbilla dos centímetros y ponemos tiesa la columna vertebral –la que pueda- para darle un poco de garbo a nuestro paso cansado de soportar la artritis de la vida.
“Yo ya tengo una edad”, empezaré a decir dentro de poco, para que se entienda que precisamente “no tengo edad” para que me tomen el pelo ni los políticos ni ciertos congéneres egoístas y trapaceros que se dicen amigos míos. Que “no tengo edad” para aguantar ni carros ni carretas, ni para que me ninguneen en mis deseos, ni mucho menos para que me utilicen como cuidadora de nietos (que no es mi caso, pero sí el de muchas).
Creo que me he hecho un lío pero que se me entiende perfectamente. A fin de cuentas, la mente no se puede “recauchutar” y esa siempre va a estar a la vista, dando fe de la verdadera edad de la persona, extendiendo el “certificado de aprovechamiento” de la vida. Que eso sí que se oculta mucho más que la fecha que ponga en el DNI.
Por si las dudas me he comprado unas sábanas de algodón de 300 hilos para que me abracen voluptuosamente todas las noches. Que quien no se consuela es porque no quiere.
Felices los felices.
LaAlquimista
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