No hay nada como hacer un viaje por carretera en domingo. Parece el escenario de una película distópica, siempre pienso que si tengo un percance no va a pasar ni un vehículo al que pedir ayuda y mi teléfono no tendrá cobertura. Los camioneros descansan y cada vez hay menos “domingueros” porque prefieren “sofá y mantita” a andar acarreando trastos y familia con el tiempo revuelto que tenemos.
Así que me casqué los 500 kms. desde Donosti hasta “mi otro mar” escuchando la radio e intentando no dar cabezadas por la poca salsa que me brindaba la conducción: ni un adelantamiento, ni pisar el acelerador con ganas, nada, velocidad de crucero con dos cafés de por medio hasta el destino.
Me hacen entrega de las llaves del apartamento alquilado a la hora convenida, las cuatro de la tarde y me tiro directamente en la cama. Estoy cansada, tengo el estómago cerrado de tanto café y tan poca comida y lo único que quiero es dormir una siesta.
¡Qué bueno es darle al cuerpo lo que necesita sin forzar la máquina!
Una hora después se me han recargado las baterías, deshago la maleta, conecto mis cachivaches a los enchufes, me tomo un té con unos “panellets” (siempre tengo a mano algo dulce por si los bajones) y me voy a saludar al mar.
Ha llovido de manera inmisericorde estos días pasados en la costa de Levante y la playa está todavía guardando los recuerdos del mar tormentoso: algas, troncos e incluso objetos sin identificar que, con toda seguridad, retirarán enseguida los servicios de limpieza.
Son las siete de la tarde y tan sólo pasean por el borde del mar un par de despistados, el grupito que pone las cañas mientras se toman unas birras y algunos perros con amo que aprovechan la coyuntura para disfrutar de la vida.
Me entran unas ganas repentinas de meterme en el agua que se ve limpia y bastante tranquila, pero no he traído los avíos y me las aguanto y eso que el aire templado a unos 25º no se siente amenazador. Así que me limito a mirar con los ojos para ver si todo está en su sitio desde el mes de Junio, sacar unas cuantas fotos de la puesta de sol y dejar el móvil en modo avión para que nadie interrumpa mi “momento zen”.
No tengo nada que hacer al volver a casa, así que me pillo una cerveza y un pintxo de tortilla en el bar cercano y me quedo mirando las musarañas en la terraza mientras me van saludando los mismos mosquitos de siempre.
Me quedo dormida sin terminar de contestar unos cuantos whatsapps…
Felices los felices y además de verdad.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
Apartirdelos50@gmail.com