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Cecilia Casado

A partir de los 50

El truco es no mirar la hora


Me he dado cuenta de que funciono mucho mejor cuando no estoy pendiente del reloj. Es decir, que no me agobio si son las ocho de la mañana y estoy en la cama o si las nueve y todavía no he desayunado cosa que me resulta muy difícil en mi casa de Donostia porque los ruidos constantes me van avisando del paso del tiempo; el retumbar del tren/topo cada quince minutos –desde las seis de la mañana-, los coches y motos con el tubo de escape despendolado, el ascensor que no para nunca, los portazos…

En este lugar elegido para vivir parte de mi tiempo, no ocurre nada de eso porque es un pequeño oasis donde tan sólo escucho al gallo del vecino –y no todos los días- y algún avión despistado que usa el pequeño aeródromo cercano. Así que puedo llevar a cabo mi rutina sin saber en qué hora vivo, excepto por el sol, que ese nunca falla en su labor informativa.

Cuesta acostumbrarse, doy fe, porque funcionamos con un minutero en la cabeza que en todo momento y lugar calcula vertiginosamente la hora que es sin necesidad de mirar al móvil o al reloj ese que está todo el rato pitando en la muñeca.

Me propongo –por diversión- sumergirme en el experimento de “no mirar la hora en todo el día” ya que no tengo que ir a ninguna parte donde me esperen para nada en absoluto. Es una sensación extraña al principio, como si fuera un paso de baile desacompasado con el resto, pero la verdad es que nadie se fija en mí, nadie me mira con cara de admonición por llegar “pronto” o “tarde” a la playa o por comer a la hora de la merienda, ni mucho menos por meterme a la cama al rato de anochecer ya que tengo sueño, porque soy como un pájaro libre que anida donde quiere y duerme cuando lo necesita.

Mi hija “mexicana” me llamó por videoconferencia y se quedó extrañada: -“¿Pero qué haces en la cama tan pronto, te pasa algo, estás enferma?”, y yo le respondí con un bostezo tan grande que, a pesar de los 9.000 kms. que nos separan, le contagió a ella también y ese mimetismo nos produjo mucha risa.
Me dejo fluir, me dejo estar y sentir y todas esas cosas que se dicen cuando alguien vive la vida en una vorágine continua que hace que todos los días sean iguales a sí mismos, y que el tiempo –la vida- pase a toda máquina, como esos trenes de larga distancia que no paran en las estaciones pequeñas y tienen prisa por llegar al destino final.

Despacio se vive mejor. Sin ir contando las horas, también. No sé qué hora es, pero si tengo hambre, eso es todo cuanto necesito saber.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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