Llevo en mi pequeño oasis mediterráneo cuatro días con sus noches, que también cuentan en lo del disfrute aunque no sea por lo lujurioso pero sí por el excelso dormir, cuatro desayunos, cuatro comidas y cuatro amagos de cena, y ya no queda nada en el frigo de lo poco que traje de Donostia.
Lo de ir al bar de enfrente ya no mola tanto porque me dan más palique del que necesito.
Lo último fue que pedí “para llevar” y me dijeron que no tenían tápers, que los usaban para dar agua a los perros, qué detalle, mira tú. El caso es que no me quedó más remedio que plantearme –digo “plantearme”- ir a hacer la compra, que también se me acaba el papel higiénico y ya se sabe que es el artículo Number One ante una emergencia nuclear o pandemia.
Resuelto el desayuno con un té y varios mendrugos tostados, me voy a la playa como todas las mañanas para coger fuerzas ante el “trabajo de Hércules” que me espera a la tarde.
Pero ya se me ha metido la mosca cojonera en la mente y mientras doy mi paseo por la orilla, voy haciendo la lista de lo que tengo que comprar. Los básicos para el “pan tumaca”, fruta y verdura de aire libre que aquí hay mucho huerto de payés y pescado del mar que además de tener “minerales” se puede congelar. Carne no compro porque la veo expuesta y se me revuelven las tripas. Y cervezas 0,00% -que no me gusta el alcohol sin compañía-. Aquí hago dieta mediterránea por pura coherencia además de que lo ponen muy fácil.
Pensando todo esto termino el paseo, termino el baño, termino el café con leche del chiringuito –que se ha levantado aire y tengo el cuerpo demasiado fresco- y termino de tomar la decisión del día: que me voy a hacer la compra ya mismo y así acabo antes con la angustia esta del hipermercado.
Así que recojo mis aperos y me meto en el coche poniendo la toalla en el asiento para disimular que todo lo voy a mojar y me hago cinco kilómetros hacia la izquierda a un sitio donde hay menos gente, mucha menos gente que en los otros búnkeres de alimentos. ¿Por qué será…?
Reprimo y aparto las normas sacrosantas de mi amona Julia de ir a los sitios bien “presentable” y chancleteo impunemente por el lugar con la camisola empapada y el traje de baño bien pegadito a la tela. La melena mojada y con las pinzas en su sitio. Qué pintas llevo, mare de Deu. Por si acaso me dejo puestas las gafas de sol.
En quince minutos más o menos – ya que sigo sin mirar el reloj- misión cumplida y para pagar me niego a ir a las cajas de auto-pago (yo no trabajo aquí) aunque tenga que esperar pacientemente a que sea mi turno en la única caja regentada por un ser humano.
Vuelvo a casa para preservar del calor los alimentos –qué maravilla de temperatura, 25º con brisa suave- y decido que me he ganado un vermú con aceitunas. Y como nunca bebo sola me voy al bar…y que sea lo que Dios quiera.
(No hay como tener el frigo lleno para que te inviten a comer fuera. Es que habían hecho fideuada y yo no sé resistirme a según qué tentaciones).
Felices los felices y yo me pido primer.
LaAlquimista
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