Viene a pasar unos días mi querida vecina –y sin embargo amiga- Mercè. Llega con ganas de sol después de las tormentas que han castigado su pueblo del interior de la provincia en las últimas semanas. Siempre me trae algo rico; esta vez ha sido un bote de aceitunas arbequinas de confección casera, de las que reparte entre sus amistades. Yo le he traído un kilo de piparras frescas de Ibarra que nos comeremos bien fritas y mejor saladas, acompañadas de pan tumaca y una tortilla que ella hace con patata de Prades, huevos del Calaf y cebolla de Fuentes de Ebro. (Aunque ella hace el chiste de que los mejores huevos de Catalunya están ahora en Bélgica).
Bromas aparte, lo de comer bien aquí no es ninguna broma, que a mí casi se me olvida que soy vasca y tengo que defender lo mío a capa y cuchillo.
Pero primero tenemos que celebrar nuestro cumpleaños –que no es que sea el mismo día sino que aprovechamos cuando nos vemos para darnos un gusto metafísico, que es algo difícil de comprender para según quién y en qué circunstancias.- Iremos a un clásico de aquí, el antiguo “Casa Matas” que no defrauda jamás con sus famosos “entremesos marineros” y cuya reserva hizo mi amiga hace ya un par de meses.
Parece que solo pienso en comer, pero no es cierto, que también pienso en hacer ejercicio con otras partes de mi cuerpo, concretamente las piernas, ya que –después de meses de sufrimiento rabioso y tratamientos públicos y privados de lo más variopinto- he conseguido que no me duela nada. Fuera trocanteritis, adiós molestias del menisco descangallado, ni me acuerdo de la lumbalgia desde que no cojo pesos ni hago esfuerzos, es decir, desde que me cuido. Adiós, también, al paracetamol.
Aquí también camino con mis bastones de marcha nórdica mis buenas kilometradas y siempre aprovechando cuando las nubes mandan sobre el sol. Ayer mismo, que se levantó un aire de Levante –que no trae lluvia- que dejó la mar a punto de caramelo para los surfistas que, evidentemente, no hay por estos lares. Unas pedazo de olas que daban miedo, y que respeté sabiamente por aquello de no salir en el telediario de la noche, sección sucesos. Ya digo, ideal para bastonear entre pinos, parques y caminos vecinales y otear las huertas de los payeses.
El ejercicio da hambre y también cansa mucho así que dedico la tarde entera a pintar y leer y ver una película que llevaba unos días aplicando poco fundamento a mis buenas costumbres.
Mañana toca celebrar la amistad con buen festejo gastronómico de manera que pasado mañana no estaré ni católica ni atea para nada que no sea terminar de hacer la digestión de la víspera, que ya me conozco yo y conozco a mi estómago en cuanto hago un exceso. ¿Qué por qué lo voy a hacer? Pues por qué va a ser…porque me encanta desmelenarme de vez en cuando con algún pecado capital de esos…
Felices los felices.
*No hay fotos del exceso gastronómico por dos motivos: porque es de malísima educación andar con el móvil en un restaurante y porque hay mucha hambre en el mundo como para fardar de comilonas.
LaAlquimista
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