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Cecilia Casado

A partir de los 50

Las triquiñuelas de los restaurantes


Resulta que me dice mi amiga Mercè que tenemos que ir al restaurante a la una y cuarto, que hacen dos turnos y el siguiente es a las tres y media y yo me quedo en modo “¿perdona?”, que a ver si estamos en Catalunya o en Europa, que qué horarios son esos, que qué manera de “cosificar” al cliente. Ella me dice que no me queje, que aquí es así y punto pelota. Pues vale, pues de acuerdo, pues sigamos en “modo zen” y desayunemos poco y pronto y vayamos a la playa pronto y poco para que dé tiempo a estar en el restaurante como dos pinceles a la hora exigida.

Como hay que ir en coche y aparcar –esa es otra- salimos de casa a menos cuarto con el sol calentándonos los sesos mientras los listos que van a comer en su casa disfrutan de la playa, del mar, del sol medio desnudos y nosotras con todos los apaños estilísticos de Sarah Jessica Parker. Todo va bien hasta que franqueamos la puerta del templo del buen comer y nos encontramos con un comedor vacío y a los camareros de cháchara en el umbral de la cocina.

Ah, pues mira qué bien, que somos las primeras, las más puntuales, las más mejores…

El resto de la historia es tan previsible como una película de las que hace ahora Santiago Segura.
Mientras se descorcha el vino y picoteamos aceitunas comprobamos que seguimos solas y solitarias en la más absoluta soledad. (Yo empiezo a sentir que me viene la risa)
A menos cuarto empieza a venir el personal; a en punto ya hay media entrada y termina de llenarse el aforo a las dos y media. WTF? Que en inglés significa…”pero ¿qué coño…?” (Mientras picoteo gambas y navajas me voy secando las lágrimas de la risa con la servilleta.)

Moraleja: tú pon las normas que yo haré lo que me dé la real gana. Así es aquí y punto pelota. (Mercè pone cara de “yo no he sido”).

Por lo demás nos demoramos todo lo que pudimos para abandonar el restaurante a las cuatro y media de la tarde. Ni segundo turno ni rien de rien.

Tramposos. Y si esto hacen por aquí mejor ni cuento lo que se perpetra en mi tierra que hacen las mismas triquiñuelas y encima te cobran más caro. Menos mal que no soy asidua de los restaurantes de campanillas…

Obviamente, nos dio tiempo a tomar las copas de sobremesa y volver con la calorina de la tarde para aprovecharla a la fresca del jardín. Al anochecer, hubo que caminar varios kilómetros a izquierda y a derecha para ayudar al estómago en sus quehaceres.

A la noche, dos vasos de agua, el yogur de rigor y “prou”.

Felices los felices.

LaAlquimista
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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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