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Cecilia Casado

A partir de los 50

Día de Reyes. Magia con truco

Hace muchos años que no hay árbol de navidad en casa, ni belén ni espumillones; las niñas crecieron y aparcaron sus guirnaldas, nacimientos e ilusiones a la espera de ellas, a su vez, inventarlas para sus propios hijos. Pero esta noche yo he puesto un zapato en el balcón. Y una copita de brandy y tres polvorones. Nadie va a decirme nada porque vivo sola y no tengo ni perro que me ladre, así que de lo mío gasto y si doy un saltito al pasado pues tampoco pasa nada…

¿Cómo es posible que una de las más grandes mentiras contadas a los niños del mundo occidental tuviera la capacidad de sembrar de emoción e ilusión mi pequeña mente que ya empezaba a ser racionalista? A los seis años no me creía lo que me contaban las monjas en el cole de ciertos temas (léase palomas que dejan embarazadas a doncellas o jóvenes asesinados en la cruz que volvían a la vida); pero, ojo, los Reyes Magos, con camellos o elefantes, que recorrían distancias inmensas más rápido que los aviones, esos ni tocarlos. Incluso creía en ellos aunque no me trajeran la tan ansiada bicicleta porque vivíamos en un piso muy alto. O porque no me había portado lo suficientemente bien durante el año, fuente y origen de algunos traumas infantiles y camino trillado hacia la culpabilidad que nos metieron en vena o terrible chantaje emocional que todavía utilizan algunos padres o abuelos inconscientes.

Un año, por gastarme una broma o burlarse de mi tierna persona de cuatro años, me pusieron tan sólo un trozo de carbón de azúcar sobre mi zapato abrillantado y, ante mi desolación y conforme se me iba retirando la sangre del rostro, me explicaban que igual era porque se habían equivocado y ese carbón era para una niña “mala”. Cuando estaba a punto de la apoplejía al ver que mis hermanas SÍ tenían regalos,  sacaron mis padres, asustados con razón, de debajo de las faldas de la mesa camilla, los paquetes que me correspondían. ¿Crueldad inconsciente o mala leche? Se lo estuve reprochando hasta los veinticinco…

La noche mágica era aprovechada por nuestros padres para mandarnos a la cama más pronto que de costumbre, emocionadas, al borde del ataque de ansiedad, con el insomnio a flor de piel -¿quién iba a dormir en aquel estado de excitación?- y ya antes que el lechero ya estábamos en fila en el pasillo, pegando saltitos ante la puerta cerrada del salón. Éramos cuatro niñas al borde de un ataque de nervios que mis padres propiciaban e incluso les divertía porque hasta que no hubiéramos desayunado –malamente- no nos dejaban acceder a nuestra particular “cueva de Alibabá. Fui feliz, fuimos felices, como felices son los ignorantes a cualquier edad y en cualquier condición.

Al filo de los ocho años pregunté por qué nuestra madre recibía siempre un sobre con dinero en vez de regalos, a lo que respondió –el que metía el dinero en el sobre-, con voz atribulada, que los regalos de Reyes no se podían “descambiar” y que como nuestra madre era tan especial pues por eso le traían dinero, para que lo gastara en lo que quisiera… Tardé muchos años en comprender que era pura comodidad de no molestarse en comprar algo que le agradara o porque quizás pensaban que en las rebajas se aprovechaba más el dinero despilfarrado. También me fijé por primera vez en que a él, a mi padre, no le traían lo que más le gustaba: puros y cognac. Más adelante supe que a mi madre le molestaba el olor de los habanos y que odiaba el alcohol…así que esos fueron mis regalos para él cuando pude hacerles regalos el día de Reyes, costumbre que persistió hasta que ambos fallecieron.

Muchos años después yo también inventé ilusiones para mis hijas a base de contarles mentiras como montañas mientras me escuchaban con ojos como platos; y veinte años más tarde todavía estoy intentando comprender cómo no me guardan rencor. Será porque han visto que muchas situaciones de la vida están sustentadas sobre esos malditos cimientos: las mentiras. Pero aquéllas eran más bonitas.

Ahora hemos resucitado el sueño mágico de la ilusión. Con una niña de nueve años y un niño de tres años en la familia, el ciclo vital y social ha reparado hace años su oxidada maquinaria y se ha lanzado a andar de nuevo sin rubor alguno. Todo sea por esa luz que ilumina los ojos de mis nietos cuando les dicen que hay una fantasía hermosa que va a dejarle regalos en su casa mexicana. La misma fantasía que me los ha dejado esta noche en mi piso donostiarra.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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