En el siglo XIX el agua potable que se suministraba a la población en las grandes ciudades no llegaba con la misma facilidad que ahora y mucho menos en tiempos de posguerra. Así que en el año 1872, tras la guerra franco-prusiana en la que París fue bombardeada, el filántropo inglés Richard Wallace, que residía en la ciudad, decidió facilitar el acceso al agua de forma gratuita a la población financiando la construcción y colocación de unas hermosas fuentes por diversas zonas de la capital francesa.
El escultor elegido para el trabajo fue Charles Auguste Lebourg, aunque popularmente pasaron a ser conocidas como las fuentes Wallace, por aquel que las ideó y las financió. Wallace quería que fueran grandes para poder ser vistas con facilidad, además de estéticas, resistentes y fabricadas en un material que no resultara caro para poder hacer una buena cantidad. Por ese motivo se eligió el hierro fundido. Su color verde oscuro se decidió para que coordinaran con el resto del mobiliario de la ciudad por aquel entonces. Fue tal el éxito obtenido que después siguieron colocándose por otros lugares del mundo. En la actualidad, todavía se fabrican.
Las fuentes Wallace de la ciudad de San Sebastián fueron compradas al final del siglo XIX, con la intención de colocarlas en el Paseo de la Concha. En la actualidad, hay 3 que todavía se pueden ver en el Paseo de Francia aunque no están más que de adorno, rodeadas de decenas de miles de narcisos como un marco colorido hacia algo que ya no tiene más valor que lo puramente estético.
Así es la vida demasiadas veces, que la hacemos “bonita para la foto” y poco más…
En fin. Felices los felices.
LaAlquimista
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