La prensa habla lo justo de todos los inmigrantes que viven en la calle en Donostia: los que ya llevan mucho tiempo y los que acaban de venir de Malí huyendo de la guerra y solicitando asilo político. Son invisibles hasta que te das de bruces con ellos y algo chirría dentro de ti. Están por aquí y por allá y sobre todo en el barrio de Amara Berri, en la plaza que rodea a la oficina del CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), sobreviviendo de mala manera en la calle, durmiendo en el suelo, pasando hambre y angustia a la espera de que Inmigración les dé una cita…para dentro de semanas.
Los vecinos se dividen en dos grupos: los que se quejan y los que empatizan. Los primeros tienen mil motivos: que si los políticos son un desastre, que si el Ayuntamiento y la Diputación y los Servicios Sociales y Cáritas y Cruz Roja y un largo etcétera deberían poner solución y coto a este desastre. Estos también se quejan porque “les molesta” la presencia de hombres jóvenes negros –en Malí son negros, es lo que hay- sin nada mejor que hacer en todo el día que “no hacer nada”, -aunque han empezado a acudir a clases de castellano impartidas por voluntarios en el vecino centro cultural- así que a la mínima llaman a la Policía Municipal para decirles que vengan por favor, que hay muchos, que ensucian las plazas, que estropean el entorno vecinal.
Como no arman bulla, ni se pelean porque son civilizados y formales la policía viene, da una vuelta al ruedo y se va porque ya saben perfectamente que es el mismo Ayuntamiento el que les permite estar en la calle a falta de techo público donde acogerles por estar “todo saturado”. (Más de cuatrocientas personas sin hogar pernoctan en la calle en nuestra ciudad habitualmente). Pero estos vecinos se siguen quejando en la cola del súper, en redes sociales y hasta hay algunos que les increpan directamente instándoles a que se vayan de “nuestro” país.
En el segundo grupo de vecinos hay mucha cohesión: todos están de acuerdo en que “hay que hacer algo” y asaltan a las instituciones con escritos y peticiones para que busquen una solución para estas personas a la vez que, espontánea y de manera particular, se juntan para darles alimento y no tengan los servicios de limpieza que recoger cadáveres. Las cenas solidarias llevan AÑOS funcionando de manera altruista y ahora hay una “brigadilla con carrito de la compra” que les lleva todos los días algo para desayunar.
El barrio está dividido, como ocurre en cualquier grupo social en el que hay más de dos opiniones diferentes, pero lo que personalmente me llena de rubor es la invisibilidad a la que condenamos a estos seres humanos, haciendo como que no les vemos colocándonos unas burdas gafas de madera mientras pedimos las cañas y la ración de calamares en el bar de enfrente.
Lo de la solidaridad y la empatía deben de ser conceptos para charlar en la sobremesa de cualquier comida y decidir que tienen que ser los políticos los que se encarguen de todo esto, que nosotros ya pagamos impuestos y que nos dejen en paz. –Y al que me diga que si tanto me importan que me los lleve a mi casa…directamente le mando a la mierda.
Eso: en paz estaremos todos dentro de poco…
Felices los (in)felices que están solos y lejos de su tierra.
LaAlquimista
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