Hoy Gaia cumple cinco años y solo me tiene a mí. Como los animales no son conscientes del paso del tiempo supongo que es una supina tontería hacerle una fiesta de cumpleaños. Además no puede tomar azúcar, ni chocolate y si ve una vela encendida igual intenta comérsela.

Podría hacer algo por ella, no sé, quizás darle más mimos de los que ya le doy o comprarle un trozo de solomillo de ternera y picárselo bien. Aunque sé qué es lo que le vuelve loca de alegría: corretear por la arena de la playa, pero va a ser que no. O darle muchos besos en la nariz a su “madre humana” –que no soy yo sino mi hija-, pero va a ser que tampoco.

Así que no se me ocurre nada que regalarle porque no le interesa la ropa, ni los libros, ni la música, ni ningún tipo de “bellas artes” ni ir a restaurantes de postín. Lo que le gusta es olisquear por aquí y por allá, casi siempre porquerías a mi juicio no-perruno, chupar el rocío de las plantas durante el paseíto matutino y dormir…dormir muchas horas al cabo del día. Dormir, que es como no vivir a fin de cuentas…

Ahora que me ven por el barrio paseándola bien atada con la correa, la gente me dice: “uy, qué bien, te hará mucha compañía, ¿no?” y yo me aburro de decir que no, que compañía me hacen los seres humanos, que los perros no hablan aunque a veces parece que “casi”, que cuando la gente está sola en su interior y le abruma la pena se buscan un perro o un gato o un agaporni para consolarse y decir que prefieren la compañía de un animal a la de una persona. Casi siempre suelen ser personas poco amables, pelín misántropas, que no tienen amigos…En fin, allá ellas…

Ya me he perdido.

El caso es que ahí está la pequeñaja chihuahua, durmiendo en su camita ajena a todo el dolor que hay en el mundo. A ver si va a ser verdad que en la ignorancia está la felicidad…

Felices los felices, perros incluidos.

LaAlquimista

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