Han puesto luces de colores –muchas, muchísimas- en los cielos de la ciudad y una noria gigantesca que me descoloca porque no la ubico en mi imaginario navideño. En el colmado de la esquina ya faltan turrones y flores de pascua que, por cierto, como toques su savia tendrás un buen sarpullido y si tu mascota mordisquea una sola hoja se envenenará. Las estaciones de esquí ya han abierto para proporcionar placer a los bien acomodados económicamente y hace frío y llueve o nieva. La gente espera la paga extra –los que la necesitan- para gastarla alegremente haciéndose regalos entre sí con gran falta de sentido práctico, pero las tradiciones mandan.
Es un mes complicado, Diciembre; no es como abril o noviembre que son discretos, que transcurren sin alharacas ni obligar al personal a hacer cosas que en el fondo preferiría no hacer.
Nos volvemos un poco locos en Diciembre. Que si las cenas de amigos, las comidas de empresa y las cuchipandas familiares. Todo el mes –y el principio del siguiente- vamos a soportar la tortura de comer más de la cuenta para luego quejarnos. Hay una ausencia de coherencia y sentido común que no tiene remedio aunque la disfracemos de otra cosa haciéndonos trampas al solitario.
También están las reuniones familiares que pondrán de los nervios a más de uno y de dos, pero que no se saltarán con pértiga porque puede más la inercia que la inteligencia y el temor a la bronca que pueden montar padres o abuelos si se decide no acudir. Pobres “cuñados” que van a cargar con un sambenito injusto otro año más aunque en todos los escalones de la jerarquía familiar haya voluntarios en el extendido arte de ser más listos que los demás.
Llegará el solsticio de invierno –en el hemisferio norte, no nos creamos el centro del mundo- y será el día más corto del año por la posición inclinada de la Tierra en relación con el Sol y, al día siguiente, el 22, en este país, soñaran los pobres con hacerse ricos y los ricos con serlo todavía un poco más.
Hay muchos sueños en Diciembre, sobre todo los de los niños a los que se engaña una vez más haciéndoles creer que tendrán regalos venidos “mágicamente” aunque los elijan de los anuncios que ven en televisión. Sueños de Diciembre mentirosos, muy falsos, muy traídos por los pelos en este año 2025.
No sé, de verdad que nunca en toda mi vida me había sentido menos segura de nada. O como dice el chiste: “Me asaltan las dudas y me roban las certezas”. Supongo que lo mío es lo habitual, lo de sentirse zarandeada por fuerzas superiores y ajenas a mi voluntad. Primero fue “la peste” y ahora es “la guerra” y siempre los gobiernos y desgobiernos, la corrupción, el robo, la violencia, la ley del más fuerte.
El caso es que este Diciembre tampoco me va a gustar, lo intuyo. Por lo menos en este país donde todos se pelean contra todos: los políticos en público para vergüenza ajena insoportable, los optimistas contra los que cobran la pensión mínima, los que trabajan explotados contra los que no tienen dónde ir a fichar cada mañana. Un desastre total y absoluto.
Alguna vez he pensado que me gustaría tener fe religiosa, ahora que la ponen de moda en el cine y en la música, ésa que dicen que ayuda a superar este valle de lágrimas confiando en el amor divino y en la promesa de una vida mejor cuando nos lleven con los pies por delante al tanatorio. Quizás los que “creen” duermen mejor que los que vemos la realidad de otra manera, tal y como es, y disfrutarán el mes de Diciembre cumpliendo con sus ritos de amor y paz teóricos, dando de comer al hambriento y posada al peregrino –o ayudando al que tiene menos y dando hospitalidad al que viene huyendo.
Diciembre. Qué pereza.
En fin.
Felices los felices, malgré tout.
LaAlquimista
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