El silencio no siempre es lo contrario del ruido como se puede creer habitualmente. El silencio es la ausencia de sonidos e incluye la abstención de utilizar la propia voz dejando sitio para la reflexión e incluso la meditación.
Cuando estoy al límite de lo que puedo soportar –ruido ambiental, cháchara humana insulsa y pantallas que vomitan decibelios y luz azul- cuando necesito “envasarme al vacío” durante unos días…desconecto los cables que unen mi energía vital a todo aquello que invade mi paz y tranquilidad.
Lo suelo avisar para que no se preocupen las tres o cuatro personas que me quieren de verdad, las que me dan los buenos días y las buenas noches aunque sea por teléfono móvil interpuesto, y les digo que voy a escapar del mundanal ruido en una metáfora que entienden perfectamente por ser recurrente en mi forma de ser.
Dejo en “modo avión” todo aquello externo a mi propia esencia y “me retiro a mis aposentos”. Me recluyo en el interior de mi “hogar sagrado” –que es mi cuerpo- y busco lo que todavía no he conseguido encontrar de cuanto en algún momento perdí.
Me despierto en silencio y doy los buenos días a la naturaleza con profundas respiraciones; estiro los músculos con la ventana abierta y agradezco desde el fondo del corazón estar viva y que no me duela nada.
Son días en los que no socializo más allá de una sonrisa que lo explica todo. No me acerco ni a comprar el pan ni a tomar un café. Quiero disfrutar de una rica y necesaria soledad silenciosa.
Si mis piernas no van a poder llegar por sí solas a donde me he propuesto llegar cambio el itinerario por otro más fácil puesto que me es preciso evitar el ruido del transporte público y el no menos invasivo de conducir mi coche entre la barahúnda tan habitual en las carreteras.
Cada jornada en silencio es mucho más que un regalo que me ofrezco porque sé que estoy construyendo dentro de mí un pequeño santuario con materiales sagrados: paz, bienestar, tranquilidad y amor.
Es lo mismo que una “escapada” con maleta y hotel interpuesto, solo que no necesito empacar mis cosas ni pagar por dormir mal en otra cama. Tampoco pretendo sacar “fotazas” ni contar al mundo virtual el disfrute que puedo permitirme. Todo –de manera egoísta- es para mi único beneficio.
Hace años, cuando compartía mi espacio con otras personas, me refugiaba en algún convento con hospedería creyendo que un entorno tranquilo propiciaría la paz interior que se me escapaba. Pero pronto comprendí que me vendían algo que yo no quería: silencio a cambio de prácticas religiosas, tranquilidad con comidas que eran poco sanas para mi gusto, armonía en un entorno natural donde nos cruzábamos demasiadas personas. En definitiva, otro negocio más.
Me costó comprender que el silencio solo me beneficia en soledad. Y así lo vivo sin dar cuentas a nadie ni molestar al prójimo y cuando decida romperlo escucharé a los pájaros del bosquecillo o regalaré mis oídos con la música que también me apacigua, por ejemplo JSB que es mi dios musical.
Demasiadas palabras para contar que mi abrigo rojo me ha llevado a un lugar paradisíaco en este “puente” que otros habréis disfrutado de mucha gente, luces, manjares, monumentos… y poco silencio.
Felices los felices.
LaAlquimista
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