Siempre he pensado que eso de la “felicidad” no es más que un constructo social que se inventó alguien muy listo que tenía algo muy tonto para vender a precio de oro. Es decir: desde los filósofos de la antigua Grecia hasta los “vendedores de humo” de la actualidad lo que ofrecen son recetas –a cada cual más peculiar- para transitar por este mundo sin penas, dolores ni molestia alguna. Sobre todo que no te molesten los demás, aunque no lo digan así de claro…

Como yo nunca he querido “ser feliz” –me ha bastado con no ser infeliz- pues la cosa me ha ido como con vaselina y sin dolor. Es decir: si no te empeñas en conseguir algo, si no sueñas con sueños –ajenos e inducidos- el nivel de frustración se queda a “cota cero” que significa que no hay ni escalones, ni desnivel entre la acera y la calle o, filosóficamente hablando, que desaparece el conflicto entre lo deseado y lo obtenido.

Ya soy mayor y no soy infeliz, lo que podría parecer un oxímoron, que es una figura retórica que es la “combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador.”
Según la lógica (o la Lógica) que me aplico, dos negaciones seguidas conforman una afirmación total y absoluta, así que, ojo al parche, que lo dejo dicho bien claro: “no soy infeliz” significa lo mismo que eso que tanto se busca, tanto se ansía y tanto nos hace sufrir a los humanos, pero para mí ser positiva implica que no me importe ser negativa…si hay que serlo.

Quizás mi idea de la “infelicidad” estribe en tener demasiadas cosas y ansiar todavía más, hablar demasiado para no pensar lo que se dice, cerrar los ojos cuando habría que tenerlos bien abiertos…y todos estos pensamientos se reducen a dos ideas sencillas y de Perogrullo: “Para el guisado de liebre hay que tener primero la liebre”… “y después cocinarla”. Así de sencillo

Felices los felices. (Y nunca mejor dicho)

LaAlquimista

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