Hace muchos años que descubrí a Miguel Angel Ruiz, un “nahual” mexicano que ha sabido profundizar en la filosofía tolteca y la comparte de manera comprensible a través de sus libros sencillos. Casualidad fue que viviera en Teotihuacan, al pie de las pirámides sagradas y casualidad también que yo estuviera visitando a mi hija mayor cuando ésta vivía en la Ciudad de México. Causalidad pura y dura será todo lo que me ha ocurrido desde entonces y lo que me ocurrió mucho antes sin que yo fuera consciente de ello.
Miguel Ruiz escribió un libro en 1997 titulado “Los cuatro acuerdos” cuyo mensaje y contenido se extendió como la pólvora entre quienes “buscábamos algo” más allá de lo que encontrábamos más acá. Que aunque utilice esas expresiones no tiene el asunto nada que ver con lo que no sea puro pragmatismo de vivir. Me hablaron del libro hace casi veinte años, lo compré y aquí lo tengo todavía, subrayado, trabajado, repensado, y no pasa un solo día sin que pueda aplicar su peculiar filosofía sobre la vida.
Son “Cuatro acuerdos”, ni de lejos parecidos a esos “Diez Mandamientos” que nos obligaron a aprender y a cumplir, mandamientos tramposos y con tantas fisuras por donde hacer escapar a la propia conciencia. Son Cuatro Acuerdos voluntarios, personales, asentados plenamente en el libre albedrío del ser humano.
A fuerza de intentar ponerlos en práctica me los sé de memoria y me complace seguir sorprendiéndome de que haya tantas en el día a día en las que puedo aplicar estas “normas básicas de comportamiento”.
Primer Acuerdo: “Sé impecable con tus palabras”.
Segundo Acuerdo: “No te tomes nada personalmente”.
Tercer Acuerdo: “No hagas suposiciones”.
Cuarto Acuerdo: “Haz siempre lo máximo que puedas”.
Sencillo, elemental y entendible. Pero… ¿Iba yo a ser capaz de incorporarlos a mi vida?
El Primer Acuerdo me pareció –al principio- el más difícil de entender. ¿En qué consiste eso de la impecabilidad de la palabra? Evidentemente no se trata de “hablar bien” sino de NO HABLAR MAL…a los demás ni a uno mismo. Lo que nos diferencia básicamente de nuestros amigos los animales llamados no-racionales es la palabra: ese don -divino en unos casos, maligno en muchos otros- que nos convierte en seres casi mágicos, con capacidad para modificar la vida, el mundo; ese poder que nos permite influir, manipular, modelar, dirigir, levantar o destruir a otros seres humanos. La palabra de Jesús de Nazaret; la palabra de Adolf Hitler. Palabras al fin y al cabo. Palabras de amor, palabras de desprecio. Mensaje de paz, levantamiento a la guerra.
Pero como somos seres humanos sencillos, anónimos casi siempre, nuestra palabra… ¿qué valor tiene? ¡Inmenso! Con la palabra somos capaces de levantar a quien ha caído o de tumbar en la lona a quien está sufriendo. –“!Tú sí que puedes, tú eres capaz!” y esas palabras de ánimo se pueden convertir en una fuerza REAL. Por el contrario: -“No sirves para nada, eres un desastre” y el frío de la palabra llena de energía negativa se introduce en su alma, en su mente, para arrasarlo todo a su paso. Animar a las personas en sus proyectos o criticarlos y tirarlos por tierra antes de que los lleven a cabo. Palabras.
Proyectar sobre el otro la propia debilidad, dar por sentado que algo va a salir mal, vociferar la baja autoestima expulsando el veneno de la propia cobardía. Atreverse a expresar el propio pensamiento letal, considerar que hay derecho a compartir con los demás de la propia decepción, expresar desde la inconsciencia una visión indigna del mundo y del ser humano. Palabras. Palabras que ofenden, palabras que denigran al otro; cotilleos, maledicencias, calumnias. Bilis. Palabras.
Su poder es TAN grande que basta unas pocas para decidir la ruina de un corazón humano. -“Ya no te amo”. -“Eres una inútil”. -“Vete a la mierda”. -“No te soporto”. Palabras cotidianas, palabras sociales, palabras inmundas revestidas de supuesta sinceridad.
Ser impecable con las palabras significa utilizarlas únicamente como herramienta para el crecimiento y no como espada para abatir a otro ser humano. Palabras que, una vez pronunciadas, quedarán para siempre en el corazón herido, aunque le cuenten el cuento de que se las ha llevado el viento. Palabras que no se olvidan. -“Nunca llegarás a nada”, me dijo alguien hace muchísimos años… y lo recuerdo cada día en que me siento feliz.
Mi Acuerdo conmigo misma es intentar ser impecable con las palabras. Callar las que puedan dañar al prójimo, reflexionar sobre las que pueden dañarme a mí misma. Utilizarlas para ayudar a extender las alas, que puedan ser bálsamo de las heridas del amor o suave brisa en un atardecer melancólico; y también compañía amigable en la soledad, susurro enamorado que llena el alma… Elegirlas, cuidarlas, no decir ni una sola que enturbie la paz interior.
Un acuerdo magnífico que se puede experimentar hoy mismo, simplemente poniendo atención en nuestras palabras. Que a partir de hoy sean IMPECABLES. Y sobre todo, hablar menos y abrazar más.
Felices los felices.
LaAlquimista
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