Los martes, museo. ¿Por qué? Pues porque es el día en que el Museo San Telmo abre sus puertas de manera gratuita a todo visitante y más vale no resistirse y aprovechar la coyuntura que 10€ son 10€. Como bien le expliqué a mi amiga valenciana –y bien que lo padece ella- en esta ciudad se puede ir caminando de norte a sur y de este a oeste mientras aguanten las piernas, así que nos acercamos a Lo Viejo atravesando el río y subiendo al Parque de Cristina Enea por aquello de respirar el frío invernal entre árboles que esperan estoicos el fin del invierno y la llegada de sus nuevos brotes primaverales.
Los pavos reales picotean a sus anchas por aquí y por allá y los patos se enseñorean del estanque donde, un solitario cisne, acapara la mirada y hace pensar en la soledad que debe sentir sin nadie de su estirpe con quien relacionarse. A pesar de está prohibido y todos sabemos que no hay arrojar comida a los patos, una mujer en la cuarentena, provista de una gran bolsa con muchos trozos de pan, –duro, suponemos- no para de arrojar al agua mendrugos hasta formar una pasta blanquecina que el único cisne engulle como si no hubiera un mañana. Como nosotras estamos ya en una edad en la que sabemos cuándo hay que mantener la boca cerrada nos limitamos a mirarla y recriminar su actitud con miradas más o menos “asesinas”, pero poco más, no vaya a ser que salgamos trasquiladas.
Le relato a mi amiga la historia del parque, de los Duques de Mandas, y el legado que dejaron a la ciudad con mucha letra pequeña para el mantenimiento y conservación del parque. De momento y a pesar de avisos y prohibiciones, varios usuarios de bicicletas lo atraviesan impunemente, con un par…¡prohibiciones a mí, deberá pensar, igual que la del pan a los patos!. Cristina Enea – Wikipedia, la enciclopedia libre
Una vez fuera del parque seguimos hacia el norte para alcanzar de nuevo el río y cruzar por el último de sus puentes, el más “donostiarra” para mi gusto, con sus farolas que parecen torres o sus torres terminadas en farolas.
La historia del Museo San Telmo es bien conocida –es un decir- por todos los donostiarras. Un convento del siglo XVI reconvertido y adaptado en museo. Es muy bonito el continente y también lo es el contenido y sobre todo las exposiciones temporales que alberga. En estos momentos una muestra fotográfica del San Sebastián Antiguo que es una preciosidad. (Ojo que termina el día 26) Museo San Telmo – Wikipedia, la enciclopedia libre
Nos hemos demorado mucho con la visita y para cuando salimos ya nos crujen los estómagos y como el plan gastronómico de hoy es “ir de pintxos”, nos dedicamos a ello en cuerpo y alma, con la salvedad de que le sugiero a mi amiga que “mire” las barras de algunos bares y se dé cuenta de cómo unos pintxos “vienen de fábrica” y otros son “artesanales”, es decir, hechos en la pequeña cocina del bar con mimo, cariño y mucho trabajo. Así que le llevo a mis bares de siempre donde sé que no va a haber sorpresas desagradables y de paso puedo saludar a mis amigos de detrás de la barra.
Empezamos por la ensaladilla rusa riquísima en la calle 31 de Agosto y nos la comemos rodeadas de clientes tomando vino blanco y tarta de queso, que hay que ser despistado para hacer esa mezcla, pero en fin. De allí nos vamos a por los fritos de la calle Mayor, esas gambas y esos calamares que los descendientes del gran boxeador siguen ofreciendo sin introducir variantes en su cocina. Ahora que ya hemos tomado los entrantes seguimos a “la Fermín” para degustar un foie a la plancha que se va del mundo y un tronco de bacalao con cebollita y pimientos que nos dejan bien felices y satisfechas. Es un buen “deporte” pasearse por algunos bares –y a buen entendedor…-. Son más de las tres de la tarde y todavía coincidimos con algunos “txikiteros” de los de toda la vida, acodados en la barra, con su tinto en copa –que en eso sí que se han actualizado- y charlando en voz alta y en euskera de lo suyo que será más o menos arreglar el mundo antes de volver a casa a ver qué les ha puesto la parienta en la mesa –amén de la bronca por llegar tarde y con el morro caliente-. Costumbres, cultura, idiosincrasia de cada pueblo que dirán los que tienen diplomas en la pared…
De postre, porque hay que rematar bien la jugada, nos vamos a esa pastelería maravillosa que todo lo hace de matrícula de honor, para tomar un cortado y un trozo de pantxineta en su sala superior, con vistas al río y al Kursaal y con algún pajarito rondando en pos de las migajas.
El sol nos espera y nos acompaña dulcemente en nuestro paseo hacia la playa de Zurriola donde paseamos por la arena en silencio observando a los muchísimos surfistas que parecen disfrutar –o sufrir, cualquiera sabe- en las aguas gélidas y un poco revueltas de esta parte del Cantábrico. Y como las lagartijas nos arrastramos hasta “el muro” para esperar a que se acabe la tarde de sol y nos quedamos en silencio, satisfechas y tranquilas –quizás algo felices incluso- viendo pasar las olas, los gatos, la gente y la vida.
Ya lo decía Octavio Paz: “La felicidad es una sillita al sol”.
Felices, pues, las felices.
LaAlquimista
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