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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una situación perruna y surrealista

Ayer perdí los papeles, los nervios y hasta el oremus. Sí, ya sé que no es propio de una mujer como yo, pero a veces las circunstancias (me) obligan a sacar a la luz a ese monstruo que todos llevamos por dentro. (Y que Fraga llevaba por fuera).

Situación: Parque público cerca de casa, con niños y abueletes haciendo cada uno sus cosas al solecito de marzo. Y muchos perros hocicando aquí y allá tirando de sus dueños en busca de olores mágicos y tesoros fosilizados.

La perrita chihuahua Gaia –a la que cuido amorosamente cuando mi hija pequeña no la puede atender- está en estado “interesante”, es decir, que le toca el celo por lo que hay que tener un cuidado exquisito para, con delicadeza, alejar a cuanto machito perruno se acerca, emocionado, a ver si se deja querer. Lo normal en estos casos es que, en cuanto aviso al dueño del perro de la situación, éste recoge la correa de su perro y le dice: -“vamos de aquí que hoy no toca socializar”. Y se alejan o me alejo yo y nos sonreímos y aquí paz y después gloria.

Pero de repente aparecen tres perros sueltos, tres, de tamaño mediano, -creo que eran beagles- y con arneses haciendo juego. (Mi perra pesa 2 kilos y estos pesarían unos 10 en canal). Gaia empezó a hacer cabriolas desesperadas para zafarse del acoso y a ladrar como si fuera una p.p.p. (Perro potencialmente peligroso).

Como yo primero disparo y luego pregunto, alcé a la perrilla hasta el refugio de mis brazos. Luego, busqué con la mirada al dueño o dueña de esa pequeña jauría desmelenada. Como no veía a nadie con cara de haber perdido a TRES perros, tiré para casa a paso ligero, en evitación de males mayores.

Pero, ¡ay, la naturaleza! Los perros nos seguían alborozadamente, dando saltos a nuestro alrededor  propiciando el tropezón y que yo diera con mi esqueleto en el suelo. Así que me detuve, miré otra vez y entonces pegué un grito de ensayo de soprano.

-“¡¡¡¿¿De quién son estos perros!???”, con lo que al instante atraje la atención de dos docenas de personas. Pero nadie daba un paso al frente.

Perros sin dueño no eran, desde luego, así que volví a levantar la voz, -esta vez haciendo aspavientos- y del banco más próximo, una amable ancianita, me hizo un gesto con la cabeza señalando en dirección oeste, como diciendo, “mira por allí que allí está tu problema”.

Efectivamente, una mujer de cuarenta y tantos, colgada de su móvil –y con sendas correas de perro colgando del cuello- se acercaba haciendo gestos para que me callara.

-“Bueno, pensé, aquí tenemos tomate”.

No hubo conversación sino recriminaciones mutuas: que si los perros tienen que ir atados (yo), que si los animales necesitan libertad (ella), que mi perrita es libre de que no la monten a la fuerza (yo), que este es un país LIBRE (ella) –inciso: ahí es donde me apercibí de su acento latino, su porte latino y sus modales latinos-. Y que si no quiero que la monten que “castre” a mi perrita (ella). Y que ella no ha venido aquí a recibir órdenes mías.

Y ahí, digo, es donde perdí los nervios, los papeles y salió la Gorgona que habita en mí.

Ella no ató a los perros –era una cuidadora/paseadora de alquiler- y yo me refugié en un bar a tomarme un pintxo de tortilla que es el mejor ansiolítico que conozco.

Hoy toca repetir la jugada si volvemos al mismo parque. Hoy ya voy con calma y herramientas adecuadas. Dos veces no me pillan en una situación surrealista.

Felices los felices y los perros inocentes.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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