Andaba paseando por el centro de la ciudad, mirando a los turistas que miraban el google maps al revés y pensando en nada porque tenía un día tonto. De repente me encontré a las puertas de una tienda de esas que venden ropa de “nueva colección” el mismo día en que anuncian las rebajas y, ya digo que tenía un día tonto, me dejé empujar por un grupito de señoras francesas hacia el reclamo del aire acondicionado…
Soy curiosona por naturaleza y me di una vuelta para mirar sin ver porque nada me interesaba. NADA. Ni vestidos de lino, ni chaquetitas de perlé; ni blusas étnicas ni pantalones con goma y cordón en la cintura. Ya digo: rien de rien.
Soy consciente de que el concepto “Rebajas” forma parte de nuestra cultura consumista y de que “hay que ir a mirar” por si aparece el chollo que nos hará felices mientras hacemos la cola para pagar. (O mientras nos auto-cobramos con la máquina, que esa es otra)
Qué pereza ser tan vulgar, qué mala sensación de estar traicionándome a mí misma, que culpa sibilina la de consumir para intentar apaciguar lo que nos hace daño…
Y, sin embargo, la tienda estaba “a full” y la gente se arrojaba sobre el producto casi con desesperación, como esas imágenes que siguen dando en los telediarios de palestinos hambrientos pidiendo un puñado de harina mientras se juegan la vida.
Igual, igual.
Qué pereza, por no decir qué vergüenza.
En fin.
Felices los felices, si es que queda alguno.
*No, no me he equivocado al poner la foto.
LaAlquimista
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