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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cuando el bar queda lejos de la terraza

Ha sido volver de “mi otro mar” y darme de bruces con la peculiar hostelería vasca, esa que decidió -avalada por la pandemia que sufrimos hace unos años-, reducir considerablemente la plantilla de trabajadores y conseguir que el público consumidor –bien aborregado- tuviera que entrar en el bar o cafetería, hacer cola para pedir, pagar y -aquí viene el despropósito-, llevarse en sus manos -en equilibrio y haciendo uno o dos o más viajes según el volumen-  la consumición hasta la mesa elegida, ya sea en la terraza distante o en el salón adyacente.

Venía, ya digo, mal acostumbrada, porque en “mi otro mar”, es sentarte a una mesa y aparecer un camarero o camarera con bandeja y sonrisa a darle una pasadita con el trapo a la mesa y decirte: “¿Qué va a ser, señora?”.

Y yo me esponjo y le pido un vermú aunque hubiera pensado conformarme con un agua con gas, que encima te regalan las aceitunas. Por darle gusto y que su trabajo le satisfaga más que sirviendo un “café cortado, con poca leche –de soja-, con dos hielos, sacarina y en vaso corto”. Esas cosas deberían estar prohibidas, que conste, que es tocar las narices al personal, pero bueno, hay gente que tiene que hacerse la interesante en todas partes aunque luego en su casa tomen café instantáneo diluido en agua caliente.

Pero a lo que iba.

Que aquí, en mi barrio donostiarra, es una cruz y un martirio y un viacrucis tomar algo en una terraza porque si voy sola y entro a pedir… ¿Cómo me reservo la mesa libre que he visto fuera? ¿Dejando el móvil encima? ¿Pidiendo a los vecinos que me la defiendan con uñas y dientes? Porque, claro está, para cuando vuelvo con mi consumición en equilibrio igual ya hay una señora bien acomodada mientras su marido estaba detrás de mí en la cola de la barra para pedir… El caso es que esto es un despropósito que me tiene medio amargada…excepto cuando me puedo tomar cumplida venganza.

Normalmente nos sentamos en una terraza porque queremos sentarnos; es decir, estamos cansados y consumimos algo como interés secundario. Lógicamente, no vas a ocupar un asiento privado en un negocio privado y quedarte tan tranquila sin dejarles la ganancia. ¿No? ¡Pues ya te digo yo que sí…!

El viernes paseábamos una amiga y yo por el “marco incomparable” y vimos una mesa libre en el edificio del club Náutico, donde hay una discoteca/bar con unas vistas geniales. A la sombra y corriendo una brisilla que enamoraba.

El caso es que para pedir la consumición había que subir un tramo de escaleras bastante interesante y luego bajarlas haciendo equilibrios a dos manos y con el riesgo de traspiés o caída al vacío con llamada al 112 incluida.

Ya sabíamos lo que hacíamos, porque tontas no somos.

Así que nos sentamos, sacamos fotos, descansamos todo lo que nos hizo falta y al cabo de veinte minutos –tiempo en el que NADIE vino a pedirnos un autógrafo- nos levantamos y nos fuimos con viento fresco.

Como dice el refrán: “El que tenga tienda, que la atienda”.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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